Hay películas que encogen el corazón desde la primera secuencia, Las tortugas también vuelan es una de ellas porque sus protagonistas son niños que viven, en unas condiciones infrahumanas, en la frontera entre Irán y Turquía. Dirigida por el kurdo Bahman Ghobadi, este film (ganador de la Concha de oro en el último Festival de San Sebastián) pretende ser un alegato contra cualquier conflicto bélico. La forma elegida por su director para hacerlo es mostrando las terribles consecuencias que provoca una contienda en la población civil, más en concreto, en los más débiles: los niños.
Este film conmueve a quien lo contempla porque muestra a niños huérfanos (a los que les faltan alguno de sus miembros) cuyo único sustento consiste en encontrar y vender las minas antipersona que han sido las responsables de sus mutilaciones. Los más afortunados, como el adolescente Satélite, depositan su fe en la llegada de los norteamericanos, mientras que otros (como la niña recién llegada al pueblo) son incapaces de salir de la desesperación porque las violentas vivencias que han sufrido en sus cortas vidas han sido demasiado fuertes para permitirles un minuto de paz.
Rodada en Iraq, tras la guerra con EEUU, Las tortugas también vuelan contiene un mensaje inequívoco sobre el futuro del pueblo iraquí: que no tiene salida. Confiemos en que el director yerre.