Las cajas de ahorros han sido fundadas, o bien por la Iglesia o bien por ayuntamientos y diputaciones. En ambos casos, el objetivo era luchar contra los usureros, bien por la fórmula de los montes de piedad, que permitían el acceso del proletariado al crédito mediante los famosos empeños, o bien con préstamos de garantía real para comprar piso caso de la segunda caja de ahorros del país, la de Madrid, creada por ese megapromotor de viviendas sociales que fue el padre Piquer (1666-1739). Se trataba de poner un capital inicial y luego jugar con la solidaridad de las clases trabajadores, para las que el dinero es un medio con el que comprar lo necesario, y no un instrumento que debe ser multiplicado mediante la especulación.
El espíritu muere mucho después que las personas. Las instituciones no suelen sobrevivir a los fundadores, pero sí sus espíritu. Aún hoy, para mucha gente la caja de ahorros es donde se depositan los ahorros (como su mismo nombre indica), y el banco es donde se pide un crédito, con la excepción de la hipoteca, que es algo demasiado importante para la familia y no puede dejar en manos de una sociedad anónima. Por lo demás, las cajas de ahorros no reparten beneficios entre los accionistas, sino que dedican su excedente a reservas, impuestos en igualdad con los bancos, por lo que no puede hablarse de trato de favor- y en obra benéfico-social. Esta última, en España, se lleva el 25% del total del beneficio, en mi opinión, un porcentaje manifiestamente mejorable.
Ahora bien, el gobernador Jaime Caruana procede, vaya por Dios, de la banca de inversión, es decir, que no es un empresario, ni tan siquiera un bancario : es un financiero. Lo que le gusta es comprar y vender en mercados con mucha liquidez: deuda pública, divisas y bolsa, todos ellos marcados por su carácter especulativo. Era pues, lógico, que no le gusten nada las cajas de ahorros, aunque quizás ellas no tengan la culpa.
Así que el Gobernador, que en ocho meses abandonará su puesto, y al que el Gobierno tiene todas las ganas que un socialista puede albergar respecto a un pepero, ni más ni menos, está dispuesto a emplear sus últimas horas en el mundo supervisor, no sólo a clamar contra las participaciones industriales de las cajas de ahorros, sino contra la naturaleza jurídica de estas entidades, finísima expresión que significa lo siguiente: las cajas de ahorros deben convertirse en sociedades anónimas. El pasado lunes, aprovechando uno de los múltiples foros, o reuniones de mesa y mantel en los que se ha convertido Madrid, verdaderos parlamentos del Siglo XXI (en el Congreso no se dice ni la mitad que en estos escaparates) soltó aquello de que los políticos deberían reflexionar. Ya se sabe que cuando alguien reclama reflexión lo que está diciendo es que los políticos deberían privatizar las cajas de ahorros, algo que ya intentara el Partido Popular con Rodrigo Rato, y que ahora reclama Mariano Rajoy.
Como se sabe, el poder desgasta, especialmente al que no lo tiene, y la politización es perversa, sobre todo cuando el que politiza es el otro. De ahí que la privatización de las cajas de ahorros siempre se aborde desde la oposición.
Ahora bien, en la España de hoy, pedir a las cajas de ahorros que abandonen la industria es sencillamente condenarnos a ser un país de PYMES, y de paso, si así se entiende mejor, ahora que está tan de moda el I D, resignarnos al que inventen ellos.
La alternativa de Caruana es el universo anglosajón, la perfecta separación que existe en Estados Unidos y Gran Bretaña entre la banca y la empresa. No es que haya cambiado mucho : simplemente, las empresas que antes eran propiedad de bancos y cajas, ahora son propiedad de fondos de inversión, fondos de pensiones y fondos de capital riesgo. Y claro, lo que ocurre es que Nueva York y Londres, qué casualidad, son donde radica el gran ahorro mundial, de donde nacen el 80% de esos fondos, que tantas veces gestionan dinero alemán, francés, italiano o español.
En definitiva, si tengo que elegir entre cajas de ahorros politizadas, y fondos de inversión anglosajones como controladores del tejido industrial, servidor se queda con la politización.
Y mira que resulta osado por mi parte llevarle la contraria al señor gobernador ¡que el dios de la bolsa sepa perdonarme!
Eulogio López