No sé si les suena Mohamed Kamal Mustafá, imán de Fuengirola, pero ha sido condenado a 15 meses de cárcel por un libro en el que se incita a pegar a las mujeres. Demasiado se ha escrito sobre el particular, por lo que no colaboraré en la orgía de comentarios condenatorios. Parece tan claro que golpear a una mujer es abusar de la mayor fuerza bruta del hombre que no merece ahondar en ello. El problema, como tantas otras veces, no estriba en justificar o condenar la violencia con entusiasmo, sino en concretar sus causas.

Pero lo contrario de un chichón en la frente es un agujero, y tampoco es agradable. Y sí que me preocupa una serie de argumentos que la sentencia del imán ha provocado en la prensa española. Por ejemplo en el diario El Mundo, partidario de una especie de liberalismo social salvaje, muy apropiado a la nueva derecha española de cariz centro-reformista. Y es que el editorial de Pedro J. Ramírez vuelve a merodear sobre ese preciosísimo sofisma de que las ideas no delinquen. Lo cual es muy cierto, no delinquen porque no hay forma de probar su delito, pero las ideas son los más mortífero que ha inventado el hombre: pueden hacer del mundo un paraíso o simplemente destrozarlo.

Según El Mundo, las opiniones de Mustafá son deplorables, pero no debió ser condenado por ellas dado que "Una sociedad democrática no debe penalizar opiniones por muy retrógradas y ofensivas que sean, siempre que no exista esa incitación. Ser nazi no es delito, justificar las acciones de Hitler, tampoco, pero incitar a discriminar a los judíos, sí lo es."

Ser nazi no es un delito, pero debería serlo. Las ideas toman cuerpo en los seres racionales, que se guían precisamente por eso, por argumentos, sean estos lógicos o majaderos. Ser nazi es asumir un credo que representa una barbaridad y que, antes o después, conducirá a la barbarie. Para un judío, el mero hecho de que exista un partido nazi ya representa un insulto.

Pero es que hay más. La violencia no es sólo física, y la incitación a la violencia es algo muy difícil de medir. Para los defensores de que sólo la violencia física es condenable por ley, habría que abrirles la mente a un mundo más amplio. Podemos incluso caricaturizar el asunto: un fulano insulta a otro con los mayores denuestos e injurias que cada cual pueda imaginar. Incluso no le permite caminar, porque le bloquea el paso mientras sigue insultándole, mentándole a la madre, apostrofando sobre todo lo más querido que pueda tener el sujeto agente. Ahora y siempre, el derecho ha condenado como actitud violenta, bajo las más diversas fórmulas, la violencia psíquica, la injuria: ¿En verdad no debe responder el agraviado, ni la sociedad y el Estado proteger al ofendido, simplemente porque no han llegado a golpearle físicamente?

Segunda cuestión. ¿Cómo medir la incitación a la violencia? ¿Incita a la violencia el imán que reconocía como positivo el golpear a las mujeres en manos y pies hasta que acepten la autoridad del varón? Bueno, ciertamente no aseguraba que hubiera que hacerlo, simplemente, emitía un juicio moral: decía que hacerlo era bueno. ¿Eso no es incitar ya? Existe en todo ser humano, hasta en el más abyecto, el instinto natural a justificar sus actuaciones, a no reconocer que sus actos son intrínsecamente malos. Con un poco de suerte, este instinto se deforma hasta la mayor de las aberraciones éticas: si lo he hecho yo, es que está bien hecho. Ese es el sentido último de la influencia de la literatura, el teatro, el cine, la televisión o cualquier otra obra de arte. El hombre es un animal que siempre trata de justificar sus actos.

En esa tesitura, lo último que necesita es que un imán le explique que determinado tipo de violencia contra las mujeres, no sólo no es algo justificable, sino que es bueno en sí mismo. Algo mucho peor que incitar.

Como afirmaba el director del periódico La Iberia, aquel órgano oficial del Partido Progresista durante el siglo XIX (el último siglo en el que la humanidad pensó, y no siempre para bien): El liberalismo es la lucha elevada a la región de las ideas.

¡Y cuánta razón tenía...!

Que sí, que las ideas delinquen, incitan al delito y, sobre todo, son tan maravillosas como inquietantes... según depende. Son mucho más peligrosas que el delito. Y Kamal Mustafá, es mucho más peligroso que cualquier musulmán que, en cumplimiento de sus enseñanzas, golpee a su esposa en manos y pies.

Eulogio López