Busca concienciar a la sociedad sobre la presencia de los estupefacientes como un producto que lleva al despilfarro. La idea creativa de la acción descansa sobre la aseveración: "Lo más peligroso de las drogas es olvidarnos de lo que realmente son".
En todo el mundo, la propensión de las nuevas infecciones por el sida ha sido reducida en un 17%, gracias a la regresión del 15% en África subsahariana. También unas 77.000 personas han muerto por este virus mortal. Asimismo, se han contagiado, con este estigma social, alrededor de 7.000 niños.
El resto de grupos donde las infecciones del sida sigue siendo alzado se encuentran los profesionales del sexo y el de los consumidores de estupefacientes. Se calcula que el 29% de los más de dos millones de Hispanoamericanos que dilapidan su salud y su dinero en drogas inyectables, está contagiado por el sida.
El sida es una lacra social que tiene mucho que ver con clanes de personas que no respetan ningún tipo de ética, y tratan de vivir una existencia desenfrenada. Y el sida brota, como un toque de atención, como una advertencia a quienes, al traspasar unas barreras invisibles, pierden humanidad.
La buena noticia es que la efectividad del tratamiento antirretrovírico, en Hispanoamérica, es superior a la media mundial que es de un 54% de los aquejados. Sin embargo, a pesar de que los grupos de riesgo están muy determinados, pocos programas de prevención se centran directamente en ellos.
La droga se trajina en un entorno marginal de indigencia y malaventura. Son las chabolas en las que residen otros tantos clanes que vegetan en situaciones quebradizas.
En estos suburbios de chamizos pocos alcanzan las cuatro décadas de existencia. Se conservan más de 2.000 chiringuitos clandestinos y unos 40.000 mortales de distintas patrias. Lo endeble y frágil de las edificaciones, la escasez de agua potable, de luminaria y las exiguas condiciones sanitarias, más la depauperación, son el entorno rutinario. Asombra mirar a los críos contentos, andrajosos o desnudos, indiferentes a su cruel realidad, retozando entre la bazofia y los acopios de basura.
El espectáculo es tan dantesco que estremece el corazón. Es una humanidad aparte, son ajados moradores que han renunciado a la lucha por su acomodo. Con el estigma que provoca la droga, la fijeza hueca, y apenas sin mantenerse firmes, se mueven amasando jeringuillas usadas, para canjearlas por otras sin estrenar y trajinarlas. El vacío de Dios, ¿no lleva a la desesperanza? ¡La desesperanza conduce a la deshumanización! El hombre sin Dios se deshumaniza y se hace enemigo hasta de sí mismo.
Clemente Ferrer
clemente@hispanidad.com