Recién termino el libro "Querido Mario, querido Luis". Su autor es Luis Valls-Taberner, hijo de Javier Valls, antiguo co-presidente del Banco Popular, que vuelca en la obra el cruce epistolar que durante cinco años, 2005-2009, mantuvo con Mario Conde.

El hombre de Banesto vuelve por sus fueros. Ahora ha puesto en marcha una fundación, me imagino que esperando su momento de lanzarse al ruedo político al tiempo que intenta, desde el grupo Intereconomía, ocupar un hueco mediático. El problema, claro, es el de siempre en Conde: que es un poco tacaño. Verán, cuando montó su poder informativo desde Banesto lo hizo con el dinero de Banesto, como su mismo nombre indica: ahora no dispone de esos fondos porque no dispone de Banesto, como creo haber dicho antes, y rascarse el bolsillo propio cuesta un poco más.

En el libro le dedica unas palabras al abajo firmante. Ojo al dato: "No leo a Eulogio, seguramente porque conozco su trayectoria y realmente no concedo mucho valor a sus opiniones". Y esto es bello e instructivo, porque, en efecto, Conde ha cambiado en estos años de ostracismo: antes sí que prestaba atención a mis susodichas opiniones.

¿No recuerdas, querido Mario? Ejercía yo por aquel entonces como jefe de Economía en el semanario Tiempo, de Ediciones Zeta, grupo que no movía un dedo sin mirar hacia el despacho de Castellana 7. En una crónica del inefable banquero, aspirante a ser presidente del Gobierno, titulé de esta guisa: "La rentabilidad de Banesto desciende durante la etapa Mario Conde". Naturalmente se enteró antes de que fuera publicado y montó en cólera. ¿Podía permitirse tamaño desafuero? El director, Pepe Oneto, tiró a la basura 70.000 ejemplares del cuadernillo central y ordenó rehacer la crónica, a cargo de otro periodista más comprensivo con la gestión del banco.

Por cierto, que el pecado llevó en sí la penitencia, porque los censores no se percataron de que el titular también figuraba en portada del cuadernillo. Esto es, cambiaron el artículo de arriba a abajo, pero el maldito titular permaneció en la portada, lo más leído, del boletín económico. Lamentable ineficiencia de los del lápiz rojo. Dos meses después, el gerente de Tiempo me invitó amablemente a negociar mi salida del Grupo.

Por pura casualidad, un año después la rentabilidad debía haber caído aún más porque se intervino Banesto. Y es curioso, porque Conde contrapone mi negativa cita a otra, muy positiva, del insigne Ramón Tamames -el parangón me honra, Mario, muchas gracias-. Dice el gallego en su libro: "El otro día, a propósito de lo que ocurría en el Forum Filatélico expresó con rotundidad el engaño masivo presentado a la opinión con el caso Banesto en donde -al decir de Tamames- nunca existió agujero de ningún tipo sino motivaciones políticas espurias".

No estoy de acuerdo con Tamames. Lo dije entonces y lo repito ahora: Banesto fue intervenido por razones políticas espurias, en efecto, con un Felipe González que ya veía a Conde como líder de la derecha, con el apoyo entusiasta de un José María Aznar que le veía exactamente en el mismo sitio. O sea, en el suyo (luego dirán que los adversarios políticos jamás coinciden en nada). Sí, Banesto fue intervenido por la popularidad ascendente de su presidente, pero había razones económicas para hacerlo: claro que había agujero, y muy gordo. Y el tapón del agujero lo pagamos entre todos... a mayor gloria de don Emilio Botín.

Término equívoco el de agujero, lo sé. Banesto estaba hecho  unos zorros por la desastrosa gestión de Mario Conde. Desastrosa, entre otras cosas, por el dinero dedicado a lo que no debía, a su propia exaltación personal.

Recuerdo que mi defensa de la doble motivación en la intervención de Banesto me valió el cabreo del entonces subgobernador del Banco de España y hoy presidente de la patronal bancaria AEB, Miguel Martín, quien, con esa simpleza que acomete a los poderosos a la hora de enjuiciar las motivaciones de los periodistas, me acusó de estar defendiendo a Conde. Precisamente a Mario, quien me había llevado al paro.

Resisto e insisto: el problema de Conde es doble -como los motivos de la intervención de Banesto-. El primero, su reseñada tacañería: le gusta jugar, como buen banquero, con el dinero de los demás, no con el propio. Y jugaba a órdago. El segundo, y más grave, es que pertenece a ese club de personajes patrios que "no se arrepiente de nada". En definitiva, si Conde se hubiera arrepentido de las bestialidades que hizo en Banesto, todo el mundo habría comprendido que como gestor se merecía la intervención y de que -no es incompatible- al mismo tiempo tenía derecho a, una vez pagada su culpa (mejor, purgada en la cárcel, porque pagar, lo que se dice pagar, ni pagó un euro), seguir defendiendo que la ambición política de González y Aznar también fue causa real, y eficiente, de la intervención de Banesto. Causa justa la una, injusta la otra, y ambas coincidentes en un mismo objetivo.

En definitiva, Conde no se arrepiente de nada y pretende volver por sus fueros, pretende reescribir el pasado y eso es muy complicado, porque no puede haber perdón sin arrepentimiento.

Y sí, hay gente que no reacciona al estilo Conde. Hay gente que es capaz de rectificar. ¿Quieren un ejemplo sacado del propio caso Banesto? La mano derecha de Conde, Arturo Romaní.

Sí, para mí que Mario conoce mi trayectoria. Eso sí, desconoce la suya.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com