En el Levante español, unos padres han pedido orden de alejamiento para los adolescentes que han pegado a su hijo. Lo de las órdenes de alejamiento tiene mucho predicamento y muy poca efectividad, como se deduce de la famosa violencia de género. Porque digo yo, a los adolescentes éstos que golpean a sus compañeros, y encima se vanaglorian de ello, ¿no sería mejor arrearles una bofetada? La violencia debe evitarse a toda costa, lo sé, pero recordemos que, en algunos casos, no es que la gente tenga malas ideas, sino que sus buenas ideas no están bien colocadas en su cerebro. De ahí, que una brusca agitación tiende a colocar cada pieza en su lugar. Es entonces, cuando la bofetada puede convertirse en santa bofetada. En materia de violencia adolescente, es decir, la violencia de quien no se aguanta ni a sí mismo, la eficiencia de la santa bofetada es más alta que las de las opas de Emilio Botín o los contratos de Jesús Polanco : diez sobre diez.

Las noticias que llegan de Italia son un poco peores. En Turín, unos adolescentes propinaron una paliza a un compañero retrasado, mientras el conjunto de la clase aplaudía. En lugar de propinarles las mencionadas bofetadas, tan santas y contundentes para los protagonistas de la agresión como para los cobardicas que la jalearon, las autoridades han decidido suspender al conjunto de la clase, es decir, les han dado vacaciones.

Otro caso : tres adolescentes acosaron sexualmente a una compañera menor. Lo del acoso sexual es concepto indefinido, pero en este caso significa, entre otras cosas, que la violaron y grabaron la violación en vídeo, como un trofeo de caza. Luego amenazaron a la víctima, que aterrorizada, ha guardado silencio. Pero como diría Janli Cebrián: el silencio no ha matado a nadie.

Ahora la progresía busca salidas a la violencia estudiantil, y sólo se le ocurre cargar sobre el Estado (que lo está deseando, dicho sea de paso, para reducir la liberta individual) la responsabilidad de su propia ceguera. En primer lugar, les hemos enseñado a los chavales que no existen verdades absolutas ni normas generales, porque eso es dogmatismo y adoctrinamiento. Pues bien, ellos han aprendido la lección.

En segundo lugar, el juez de la menor vigilada, condena a los padres por no haber sabido educar sentimentalmente a sus hijos. Que no, Señoría, que la educación sentimental no existe. Lo que sí existe es la educación moral sobre el sexo, la viejísima pureza y la viejísima decencia, que la progresía ha venido despreciando con gran entusiasmo desde hace cuatro décadas, hasta parir engendros como los violadores adolescentes trasalpinos. Existen el sexto y el noveno mandamiento. El primero de los cuales no parece ocioso recordarlo- es que hay que reprimir, sí del verbo reprimir, los actos impuros, es decir, aquellos actos genitales que no van acompañados de un compromiso, de cuerpo y alma, con el otro, porque el sexo nunca es trivial. Y existe el noveno mandamiento, que prohíbe consentir en pensamientos y deseos impuros, que suelen ser, aunque no siempre preámbulo de la acción. Pero claro, los padres de estas maravillas llevan una vida riéndose de estos caducos mandatos de los curas, por lo que sus hijos, en buena lógica, consideraron que todo lo que no está expresamente prohibido, no sólo está permitido sino que, además, resulta muy aconsejable. Y también en consecuencia, si la muchacha no compartía tan sincera opinión, debía ser forzada a entrar en la modernidad.

Que no, que no precisan educación sentimental, entre otras cosas porque me encantaría que Su Señoría me explicara en qué consiste la tal educación. Lo que precisan es educación moral, además de, naturalmente, la santísima bofetada.

Porque lo que está ocurriendo es, sencillamente, lo que tenía que ocurrir.

Eulogio López