Sr. Director:

Hace unos días leía un artículo de camino a la facultad escrito por un capellán de mi tierra viguesa titulado "Mi mamá se llama Ramón". Horas más tarde, escuchaba a través de internet las declaraciones de Ana Botella sobre los conjuntos de peras y manzanas... Todas ellas son manifestaciones tajantes a favor de la visión conservadora y verdadera de la familia, no un insulto u ofensa hacia el colectivo homosexual como muchos piensan y comentan.

La iniciativa legislativa del actual Gobierno dirigido por ZP basada en la legalización del matrimonio homosexual y el acceso a la adopción de niños por parte de los mismos, ha levantado una importante polémica en la sociedad. Gran parte de la opinión pública, en la que sin ninguna duda me incluyo, se resiste a aceptar semejante cambio que, ante todo, atenta contra los derechos humanos, y más concretamente contra los derechos del niño.

Que existan personas homosexuales en el mundo, ni lo discuto ni lo acuso, allá cada uno con su vida y su inclinación sexual. Que se quieran juntar entre ellos, tampoco le pongo pegas. Eso sí, no se puede llamar matrimonio a lo que no lo es; no se puede meter en el mismo saco a lo que no es lo mismo. Que se le llame unión, o contrato, o acuerdo, y que sea legal si así lo quieren, pero que no lo equiparen a algo tan sagrado y de fin último tan honorable como es la procreación.

En cuanto a la adopción, qué decir. Ya me gustaría a mí que a cada uno de los que apoyan la adopción de niños por parejas de hecho les hubiesen criado dos hombres o dos mujeres... Los niños huérfanos no sólo necesitan de cariño, que hasta se lo pueden dar dos monos, sino que necesitan de una educación afectiva y moral que sólo puede proceder del padre y la madre o de uno de ellos, pero nunca de dos padres o dos madres por el mero hecho de que el ambiente y el conflicto mental del niño se haría evidente con el paso del tiempo.

La sociedad degenera a pasos agigantados. Los principales valores como la familia, el amor, la educación... se pierden. Las cosas que antes nos parecían extrañas se convierten poco a poco en normales. Dentro de nada será normal que la gente camine desnuda por la calle, o que a las 4 de la tarde se emitan por televisión programas no aptos para niños, o que una pareja se acueste en los bancos del parque... y si dices que ¡NO!, te tachan de intolerante.

Orden en el país señores, nos vamos a pique...

María de Blas Piñeiro

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