Recibo un 'emilio' que comenta mi artículo sobre ideología de género, de género idiota. No diré el nombre del autor porque no le he pedido permiso para publicarlo, pero sí expongo su contenido. Les ruego que antes de seguir leyendo repasen el interesante envío.
Yo creo que en su estupendo análisis mi comunicante comete dos errores mínimos que vienen a ser uno. El primero: el hombre homosexual no se aproxima a la feminidad sino que se aleja de ella. El segundo, que sigue la misma línea, es que el feminismo siempre acaba en lesbianismo, es decir, en homosexualidad. Por tanto, el homosexual no se acerca a la mujer y el feminismo sí se acerca a la homosexualidad.
Por otra parte, insisto: la mujer es el sexo débil, no por su mejor fuerza física sino porque necesita ser estimada, amada. Si no es estimada se marchita. Es un 'defecto' grandioso, un defecto para valorar en mucho. Las feministas se empeñan en competir con el varón, cuando la mujer siempre compite consigo misma por lograr la estima ajena, especialmente la del hombre. Una mujer que se sabe querida desprecia el poder, lo que no supone despreciar el saber, que es algo bien distinto.
Cuando consigue esa estima, resulta mucho más creativa que el varón, porque su capacidad de creación, desde la maternidad a cualquier otra cosa, es superior. Pero, naturalmente, la corrupción de lo mejor es lo peor. Por eso, gracias al feminismo, la mujer actual está desamorada, por desamorada, degenerada; por degenerada, desquiciada. Le exigen que se comporte como un hombre y eso, como usted dice, le conduce al exilio de su propia naturaleza.
La solución: la de siempre. Olvidarnos del feminismo y volver al origen: los dos sexos son tan distintos que resultan extraordinariamente complementarios, como la llave y la cerradura. Cuanto más femenina sea la mujer y más masculino sea el varón mejor y más fructífera unidad formarán. Serán una sola carne en dos espíritus unidos. Y como son seres libres, lo único que hay que hacer es meter la llave en la cerradura. Eso es lo que siempre hemos llamado compromiso.
En la esfera pública, ese esquema nos lleva a intentar evitar la vieja frase de Chesterton: "200.000 mujeres gritan: 'No queremos que nadie nos dicte'. Acto seguido van y se hacen dactilógrafas". Porque la gran mentira, aceptada incluso por gente formada, es que el feminismo ha consistido en un proceso de liberación volitiva de la mujer, el mérito de unas sufragistas que han cambiado el mundo. No hombre no: lo que ha feminizado el mundo -para desgracia de los hombres, pero sobre todo de las mujeres- ha sido la tecnología. El hombre ha llevado la voz cantante en la esfera pública -en la privada, la más importante, no la he llevado jamás- porque el poder, militar, político y económico- lo otorgaba la fuerza bruta. La mujer (ni menos ni más inteligente que el hombre, suponiendo que alguien sepa qué puñetas es la inteligencia -yo al menos me rindo ante el concepto-) puede resultar más letal cuando pulsa el botón de un misil que un general al frente de una división de infantería: la paridad hombre-mujer en la vida pública se consiguió de un plumazo. El problema es que la mujer entonces triunfa en el mundo y fracasa como persona, porque maldita la gracia que le hace eliminar seres humanos apretando un botón. La feminidad está hecha para construir, no para destruir.
Respecto a la homosexualización del mundo -que sí, que es cierto, aunque es un proceso que se puede detener... y se detendrá- el asunto no merece especial comentario. Es demasiado simple. La homosexualidad no es un tercer sexo sino la degeneración de los dos únicos sexos existentes. Gays y lesbianas no son sino hombres y mujeres fallidos. ¿Por qué entonces, aumenta el número de homos, aunque mucho menos de lo que pretenden los lobbies rosa y violeta? Pues porque hemos convertido el sacrilegio en mandamiento, hemos convertido la aberración en norma. Hasta hace un par de lustros, no más, el adolescente tenía una referencia clara, una brújula que seguir en su etapa de desorientación. Bastaba un aviso para que rectificara el rumbo. Nadie nace homosexual, que las hormonas poco influyen en esto. Pero si les decimos a nuestros niños que la entrega a una mujer es igual de noble que la rendición a la sodomía puede que caiga en la sodomía antes de ser consciente de las consecuencias. La homosexualidad no es un hecho químico, pero la heterosexualidad sí es un hecho físico, y la moral no es más es la adecuación a la fisionomía de un ser racional, dotado de espíritu libre. Hombres y mujeres somos libres para tirarnos por un barranco, pero no para evitar las consecuencias de tirarnos por un barranco.
Y además, claro, aumenta el número de homosexuales por la banalización del sexo. La sexualidad humana no puede reducirse a una fisionomía convexa penetrando en una cóncava. Eso no es erotismo, es idiocia y demencia. La sexualidad de hombre y mujer conlleva entrega y naturalidad. Entrega del hombre a la mujer y de la mujer al hombre, porque la sexualidad humana es algo muy serio, y cuando se usa como mera utilización mutua sufre la sensibilidad del varón y, aún más, la de la mujer. Detrás de todo cuerpo hay un ser humano que no quiere que le hagan daño, decía Juan Pablo II.
Y naturalidad: lo natural es abrirse a la vida porque cuando varón y hembra yacen juntos lo normal es que nazca un niño, no un ornitorrinco. Por contra, de las relaciones homosexuales no puede surgir nada, salvo patologías.
Pero entre las consecuencias de la ideología de género me preocupa más el feminismo, es decir la desfeminización, que la homosexualidad. No me propongo demostrarlo, porque no sé hacerlo, pero intuyo que el futuro de la raza humana es más grave la degradación de la mujer que la degradación homosexual. Quizás porque es tan estúpida que, a no mucho tardar, caerá por su propio peso.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com