Sr. Director:
Cuando uno ha terminado de escuchar los argumentos de los partidarios de la eutanasia, los ha comprendido y asimilado y se dispone a responderlos, surge algo que desbarata todo el armazón lógico y deja al descubierto la verdadera cara de la Cultura de la Muerte.
Que los grupos provida y los católicos se opongan a la decisión del juez Greer de retirarle el tubo de alimentación a Terri Schiavo no es ninguna sorpresa. Lo verdaderamente sorprendente es o debería ser- que los partidarios de la eutanasia no hayan puesto igualmente el grito en el cielo y que, muy al contrario, se hayan sumado con saña homicida al bando de Michael Schiavo. Porque el caso Schiavo incumple minuciosamente todos los criterios que el grueso de los partidarios de la eutanasia dicen exigir para que sea legítimo aplicarla.
Terri no tiene una enfermedad terminal, cuyo fin podría acelerarse por compasión: lleva quince años en el estado actual y podría vivir otros veinte o treinta; no hay testamento vital alguno, sólo un presunto comentario que su marido ha recordado milagrosamente ocho años después del accidente; se deja la decisión de su muerte en manos de un marido que sólo lo es de nombre, del que se sospecha, no sin fundamento, que maltrataba a la enferma y que lleva casi una década llevando vida marital con otra mujer, con la que tiene dos hijos; el estado real de Terri es discutible, pero no podrá determinarse su grado de conciencia y su capacidad para experimentar sensaciones porque el juez Greer ha prohibido taxativamente que se lleven a cabo las pruebas necesarias; por último, llamar muerte con dignidad a la prolongada y torturante inanición es una burla macabra; nos escandalizaríamos si el juez ordenase que le pegaran un tiro, pero sería mil veces más piadoso.
¿Dónde están las feministas para protestar contra el abusivo poder de un marido infiel y probable maltratador? ¿Dónde la indignación de quienes denuncian el hambre en el mundo, para decirnos ahora que ésa es una muerte dulce y digna?
Carlos Esteban