Sr. Director:
Todo ser humano, dotado de una personalidad material y espiritual, tiene derecho al desarrollo íntegro de su naturaleza.

 

Lo que exige que la Libertad Religiosa, como expresión de la capacidad humana de buscar y conocer la verdad, pueda ejercerse libre de toda coacción. Como acaba de escribir Benedicto XVI negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana.

Y lo hace para insistir en algo que urge reconocer: que el ejercicio personal y comunitario de la libertad religiosa, lejos de ser fuente de conflicto, es fuente de vitalidad y riqueza para la vida común. Esto implica reconocer, proteger y garantizar la participación activa de las comunidades religiosas en el bien común de las sociedades. Éste es el reto que la laicidad positiva lanza hoy a cristianos, judíos y musulmanes, a creyentes y no creyentes, a todos los hombres de buena voluntad.

Jesús Domingo Martínez