Como dijo el cómico, el ex vicepresidente del Gobierno, "Alfonso Guerra nunca dice tonterías: las piensa, pero no las dice". Claro que los tiempos han cambiado, y la edad provecta del sevillano es ya un hecho. Ahora, nuestro bienamado Alfonso piensa tonterías y también las dice... especialmente cuando le ponen un micrófono delante. Don Alfonso fue el mismo que calificó a su fallecido correligionario, el fallecido alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, de "víbora con cataratas", definición que nunca se podría aplicar a él mismo porque no padece de cataratas. Sin embargo, la tonti-derecha española, esa que está más preocupada por la unidad de España que por la unidad del hombre, se ha enamorado de Alfonso Guerra porque, aunque es un tirano cristófobo, no le gustan los nacionalistas. Quizás por ello, don Alfonso ha comentado el documento episcopal sobre las elecciones con bellas palabras. Ha dicho que los obispos españoles se están pasando tanto, tanto, que va a haber que romper el Concordato con la Santa Sede. Según él, más difícil fue cerrar las bases militares norteamericanas en España, y se cerraron. No fue una machada sino una decisión lógica, tras nuestra entrada en la OTAN y la utilización de bases conjuntas pero no está mal la ‘némesis histórica' de don Alfonso. La amenaza no tiene por qué ser mala idea. ¿Qué pasaría si se rompiera el Concordato entre el Estado de España y el Estado de la Ciudad del Vaticano? Pues, como siempre ha ocurrido con la Iglesia, experta en persecuciones, nada, absolutamente nada. ¿Y qué pasaría si se suprimiera la asignación tributaria, otra de las amenazas habituales? Pues a lo mejor algo tan positivo como que los católicos nos acostumbraríamos a rascarnos más el bolsillo para cumplir el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia. Sería injusto sí, pero la Iglesia siempre florece en la persecución. ¿Y qué ocurriría si, como asegura el insigne intelectual y actor comprometido, Alberto San Juan, desapareciera la Conferencia Episcopal Española? Pues no pasaría nada. De hecho pueden tenerlo muy claro: cuando el PSOE -y Dios me perdone- hasta el mismísimo ZP desaparezca, la Iglesia seguirá ahí, como hace 2.000 años. Con ello, el PSOE no conseguiría eliminar lo que realmente les molesta: que los obispos hablen con libertad. Su única arma es la palabra, no la ley, que ésta es potestad del Gobierno y que siempre es coercitiva. La fe se propone, la ley se impone. Mi admirado Pepiño Blanco ha seguido otro camino. Antes de nada, no apostatar. No, él es cristiano, y certifica que toda su vida ha sido un dechado de santificación y evangelización, y sus desvelos por el bien de la Iglesia son de todos conocidos. Por eso, hemos de confiar en su análisis: Pepiño afirma que lo que ocurre es que la jerarquía se está alejando de los fieles. Y claro, eso es terrible, porque obliga a Pepiño a convertirse sino en obispo, sí en cardenal, en representación de la Iglesia de base, que lucha contra la poderosa jerarquía, si ustedes me entienden.  Otra inteligencia, aún más portentosa que la de Pepiño, la enraizada en la elegantísima carrocería de la vicepresidenta primera del Gobierno, doña Teresa Fernández de la Vega, lo explica de otra forma: coge el teléfono, llama al presidente de la Conferencia Episcopal, don Ricardo Blázquez -estas llamadas insultantes sólo las realizan los cobardes ante un pedazo de pan como es Monseñor Blázquez- para dejar bien clara la doctrina: al Gobierno le juzgan los ciudadanos, a los líderes religiosos (en España, como es sabido, hay un sinfín hay un sinfín de líderes religiosos. Por ejemplo, reto a la vicepresidenta a que diga tres líderes religiosos, sin consultar Google, que no sean católicos). Logiquísimo argumento del que debemos extraer las siguientes conclusiones: 1. Los obispos no son ciudadanos. 2. Los fieles católicos pueden juzgar -es más deben hacerlo y de la forma más acre posible- a los obispos, pero no al Gobierno Zapatero. 3. Queda en el aire la cuestión de si el Gobierno debe juzgar a los obispos, aunque a la vista de la que está cayendo se diría que tiene, no ya permiso, sino bula. Hablando de inteligencias portentosas, llegamos al ‘number one'. Rodríguez Zapatero ha exhalado que no está dispuesto a permitirl a los obispos lo que no le ha permitido a Mariano Rajoy. Como es sabido, en una democracia, es el democrático presidente quien decide lo que puede decir cada cual, sea un obispo o el jefe de la leal oposición. Sobre libertad de expresión, fue el insigne progre-socialista don Enrique Barón quien, con motivo de la canallesca defenestración del católico italiano Rocco Butiglione como vicepresidente primero de la Comisión Europea por el delito de alta traición a la democracia -ser coherente con su fe-, emitió la última conclusión científica sobre libertad de expresión: "Se puede decir todo, pero hay cosas que no se pueden decir". Por ejemplo, no se puede decir el evangelio. Se puede hablar de todo, mientras en ese todo no se incluya a Cristo. Habrá que insistir en que cuando se trata de la Iglesia se permite todo tipo de insultos. Servidor vuelve a animar a leer el cortísimo documento episcopal sobre las elecciones. Para poder comprobar que, en efecto, los obispos no están pidiendo el voto para el Partido Popular sino todo lo contrario. En mi opinión, la única conclusión que puede sacarse de tal documento -insisto en que se lea: dos minutos mal contados- es que un católico coherente no puede votar ni al PSOE ni al PP. Ni uno ni otro cumplen los valores no-negociables de Benedicto XVI, los mismos a los que alude el documento: ni el PP ni el PSOE defienden la vida del más inocente, ni defienden a esa célula de resistencia a la opresión que es la familia, y que asegura la libertad y realización plena del individuo, ni que los padres son los únicos sujetos de derechos de la educación de sus hijos, ni que no se vive el bien común sino se recibe con los brazos abiertos al inmigrante, por un mero sentido del bien común, ni que no es inmoral -quizás un poco tonto, pero no inmoral-, atentar contra la unidad de España si se hace por métodos pacíficos (por cierto, el abad de Montserrat ha vuelto a decir sus tontunas habituales sin leerse el texto), ni que el terrorista es un asesino y que, aunque haya que negociar con un asesino no por eso hay que presentarle como a la madre Teresa ni llamarles hombres de paz. Todo eso no es más que doctrina católica y lo único que han hecho los obispos es utilizar las únicas armas que les está permitido usar en sociedad: la gracia de Dios y la palabra. No hay problema con la primera, porque esa inteligencia, no ya portentosa, sino sencillamente, suprema, arrendatario en Moncloa, ya nos ha explicado que, tras mucho reflexionar, ha llegado a la conclusión de que Dios no existe sino que el hombre es Dios. ZP es un tipo muy brillante. En cualquier caso, lo que está en juego ahora mismo es mucho más que un rifirrafe entre el Gobierno y la Conferencia Episcopal, e incluso las elecciones. Lo que está en juego es, sencillamente, la libertad de expresión en España. Eulogio López eulogio@hispanidad.com