La Otra es la segunda cadena de Telemadrid, y también la forma no muy elegante en que don Mariano Rajoy se refirió a la vicepresidenta del Gobierno, doña María Teresa Fernández de la Vega, quien no ha desperdiciado la ocasión para ofenderse. Frivolón como es, don Mariano olvidó el consejo de todo director de comunicación (dircom) que se precie, es decir, que un micrófono nunca está cerrado. Y así, le pillaron pelando la pava con un famoso radiofonista, e intelectual, a la sazón estrella de la cadena COPE.

Otro gran principio de los dircomes reza así: "Nunca digas lo que la gente no está dispuesta a creer, aunque sea cierto". De ello debe deducirse que puedes, y debes, decir cualquier barbaridad con tal de que la parroquia esté predispuesta a aceptarlo. Lo que quiero decir es que, al vocero, la verdad le importa lo mismo que a George Bush el Protocolo de Kyoto.

Empero, el principio más importante de un buen dircom es este otro: No se trata de no mentir, sino de que no te pillen mintiendo. Este principio, tan pedestre como eficaz, es el bisnieto de otra máxima filosófica que nos remonta a gente de tan indudable valía como Isidoro Augusto María Francisco Javier Comte, y que, tras el debido retorcimiento de su doctrina, podríamos expresar de la siguiente guisa: "No todo lo que es verdad es demostrable".

En este sentido, podemos hablar de indemostrabilidad neta o indemostrabilidad accidental. Por ejemplo, en el caso de las reuniones del Gobierno con ETA estamos hablando de indemostrabilidad accidental: es la palabra de La Otra frente a los etarras, y convendrán conmigo en que los asesinos no tienen mucha credibilidad.

Luego está la indemostrabilidad neta, cuando lo que juzgas es la conciencia de los poderosos -por sus consecuencias- y te enfrentas con un poderoso que se niega a ser sincero hasta consigo mismo. No ocurre muchas veces: apenas 99 de cada 100.

La ciencia de la comunicación no es más que esto. Por ejemplo, el pasado viernes, durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros –la cita desinformativa más importante de la semana-, se vivió un caso de indemostrabilidad accidental, algo que el pueblo, empeñado siempre en vulgarizar los conceptos, llamaría "jugar con las palabras". Un periodista, gente lamentable, preguntó a La Otra si el Gobierno ZP había tenido contactos con ETA durante la pasada campaña electoral del 27-M, tal y como afirmaba el diario proetarra Gara: "Ninguno, absolutamente ninguno". Eso sí, cuando se le especificó –estos periodistas, al mejor había que ahorcarlo con las tripas del peor- si dichos contactos podían haber tenido lugar antes de la campaña, La Otra, siempre atenta a no ser pillada en falta, comentó que el Gobierno no hace comentarios sobre las informaciones de los periódicos, de ningún periódico. Ni mintió primero ni mintió después. No dijo la verdad, ciertamente, pero tampoco se podrá demostrar que no la dijo. Y de todo esto debemos inferir, además, que La Otra no se cree lo que sale en prensa, salvo que lo que salga en prensa es que Don Mariano le ha llamado "La Otra".

Es lo que los ingleses llaman ser "económicos con la verdad". Ya saben, como lo del gobernador del Banco de Inglaterra. Pregunta. ¿Van a subir los tipos de interés o van a bajar? Respuesta: A medio plazo, sí.

Y qué pasa cuando el sentido común acosa peligrosamente al dircom, cuando la mayoría está convencida de que una acusación contra un poderoso es cierta. Entonces, queridos amigos, es el momento de aplicar el arma máxima, la más letal, es el momento de sacar a pasear al precitado Isidoro Augusto María Francisco Javier Comte y su positivismo empirista. En otras palabras, cuando se encuentra acosado, es el momento en que el dircom pronuncia la palabra mágica: "Demuéstramelo". Actitud que revela una curiosa inversión –perdón, intercambio- de papeles: se supone que es el dircom quien informa a los periodistas pero aquí es el dircom quien exige al periodista los pormenores más indemostrables de su información, información que el dircom conoce perfectamente, y cuya obligación sería la de simple ratificación. El abogado defensor se convierte en fiscal, y aplica con rotundidad el precepto de que si las pruebas no son claras y taxativas, el hecho es falso, aunque el portavoz sepa, antes que nadie, lo cierto que es. Y naturalmente, a esta actitud no le llaman mentira, sino inteligencia.

Y esto basándose en la desgraciada realidad de que no todo lo que es verdad es demostrable. De hecho, empíricamente no podemos demostrar ni la existencia de Nueva Zelanda, a no ser que confiemos –confianza, es decir, fe- en la palabra de neozelandeses y demás visitantes de las antípodas, porque detrás de cada prueba científica que demuestra hay un ser humano en el que hay que tener fe, en cuya sinceridad confiar. El problema es que el director de comunicación, La Otra incluida, no habla para informar, sino para ocultar. Les pagan por eso.

Y todo esto no resultaría especialmente preocupante si no fuera porque la indemostrabilidad es la mejor cortina protectora de las tropelías del poder. Tras ella, ocultan sus vergüenzas.

Se me olvidaba, hay dos tipos de dircom: los inteligentes, que saben que están ocultando y mintiendo, y los tontos, que se acaban creyendo sus propias mentiras. Estos últimos son los más proclives a proporcionar a los periodistas lecciones de deontología, y acaban su vida laboral impartiendo la disciplina de ética profesional en las facultades de Ciencias de la Información.

Eulogio López