El barómetro del CIS ha devuelto las encuestas al pálpito mayoritario : El PSOE continua por delante del PP en intención de voto, un 39,7% frente al 37,75. Una encuesta de El Mundo y otra de La Vanguardia habían invertido los términos, y le habían dado la delantera al PP. Ni que decir cabe que, de entrada, hay que hacer más caso al público CIS que a los institutos de encuestas privados, por la sencilla razón de que la del CIS entrevista a más que aquellos institutos habituales que realizan encuestas para los periódicos. Aún así, el barómetro del CIS cada día se reduce más, de tal forma que la ficha técnica de la encuesta está en las 2.500 entrevistas (diez años atrás, toda muestra que bajara de 15.000 entrevistas en un país como España era considerado sospechosa).
En cualquier caso, y ofreciendo fe ciega a los avances demoscópicos, nos encontramos con que el CIS continúa dando ventaja al PSOE y en algo coincide con todos los sondeos anteriores además de en su inclinación a equivocarse): La estrella de Zapatero palidece. Cada vez son menos los españoles que confían en el político que se había ganado, precisamente, más confianza. Ni sus críticos más duros podían negarle que su diálogo y talante habían calado en muchos ciudadanos. Y existe práctica unanimidad en que lo que reduce la popularidad, y especialmente la confianza, de los electores en Zapatero es esa tendencia a jugar a aprendiz de brujo, por ejemplo en cuestiones como el Estatut. Por vez primera desde que llegó al poder, el Presidente del Gobierno suspende en una disciplina básica para un político : la confianza en los ciudadanos en su persona y en su capacidad de gestión. El 56% de los españoles tiene poca o ninguna confianza en su gestión.
La otra nota de la encuesta del CIS revela que el PSOE cae, pero el PP no remonta. Es más, en las elecciones generales de 2004 el partido de Mariano Rajoy obtuvo un 37,81% de los votos, y ahora, según el sondeo, se quedaría a una décima por debajo, en el 37,7%. Es decir, el PSOE pierde, pero el PP no gana. Algo parecido a decir que una oposición desastrosa no recoge los frutos que debería otorgarle un Gobierno desastroso.