Alemania es un país poco conocido. Un amigo empresario, que vivió largos años en aquel país, me contaba que en cierta ocasión fue invitado a cenar por un alto ejecutivo de aquel país. Todo transcurrió bien hasta el momento de la despedida. En ese instante, el anfitrión solicitó una cantidad de marcos a los invitados para pagar el segundo plato, el pescado, que resulta carísimo. Y todos apoquinaron, claro está, sin que nadie, salvo el españolito presente, se extrañara de nada. Vamos, que en Alemania somos un poco peseteros. De rácanos y codiciosos llevan fama los franceses, pero ya se sabe que unos llevan la fama y otros cardan la lana.
Desconozco si el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder pasa una factura a sus invitados, por el pescado, que está carísimo, pero ha decidido lanzar una andanada rebajando el Impuesto de Sociedades, es decir, el impuesto sobre el beneficio de las empresas del 25% al 19%. Eso significa que el coste fiscal de las empresas podría reducirse desde el 38% al 33%, pues se supone que los impuestos locales no se reducirían (recuérdese que en España hemos casi eliminado el Impuesto sobre Actividades Económicas, o gravamen que los municipios cobran a cualquier empresa por el hecho mismo de existir).
Verán, la historia es esta: Occidente dejó de creer en la empresa pública (incluso para infraestructuras básicas) en los años ochenta. Amanecida la década de los noventa, resultó que el mundo se encontró con que la dependencia del sector público respecto al privado aumentó de forma casi diríamos peligrosa. En definitiva, que la inversión privada se convirtió en la estrella, y así se ha inventado la relación típica del mundo económico : ahora son los Gobiernos los que cortejan a las multinacionales para que tengan a bien instalarse en sus zonas. Naturalmente, las cortejadas aprovechan la situación para hacerse valer, que diría una doncella casadera de los tiempos antiguos (ahora, a lo mejor, diría otras cosas).
En definitiva, los Gobiernos luchan contra la deslocalización, es decir, luchan por atraer empresas, con dos instrumentos igualmente nefandos: laborales y fiscales. La economía moderna se apoya en el modelo chino, es decir, en salarios de subsistencia y en subvenciones fiscales a las empresas, compensada con más impuestos a los particulares. Se premia a las compañías y se castiga a los particulares. Todo muy liberal.
En efecto, la reducción de los impuestos que gravan a las empresas introducen la libre competencia entre Gobiernos, además de obligar a estos, especialmente a los europeos, para mantener las prestaciones públicas, a subir otros impuestos. Por ejemplo, los que graban el trabajo, por ejemplo el IVA, que genera más inflación, así como la imposición directa.
En resumen, el capitalismo no es más que la democracia para las empresas. Y repárese en que son los Gobiernos de socialdemócratas, por ejemplo, los alemanes, los más proclives a reducir el Impuesto de Sociedades. Y, ¡qué casualidad!, Zapatero concurrió a las elecciones del 14-M de 2004 con ese mismo programa, reducción del Impuesto de Sociedades.