La futura primera dama presiona a su esposo para que el Rey abdique. Las relaciones entre padre e hijo empeoran por momentos y se acentúa la guerra entre juancarlistas y felipistas. Y la batalla ideológica va a más: el príncipe apoya el Estado autonómico mientras su padre quieren recortarlo. Las cajas de ahorros, convertidas en campo de batalla
Cuando doña Letizia Ortíz Rocasolano apareció con vestido corto en la Fiesta Nacional, celebrada en el Palacio Real, todo un atentado contra el protocolo, el Rey se enervó. Pero la futura reina insiste: incluso utiliza la minifalda en actos públicos, no se sabe si para demostrar lo que piensa o para fastidiar a su familia política. Y todo ello con el apoyo de su esposo, cuyas relaciones con su padre son más que frías: se reducen a los actos oficiales y a la preparación de los mismos.
El Príncipe está realizando ahora mismo una campaña para hacer valer a su esposa ante la sociedad española y ante su familia. Se entrevista con periodistas, intelectuales, políticos y empresarios a los que invita a su residencia y les canta las excelencias de su esposa.
Ésta, al mismo tiempo, se entromete en la agenda de la Casa Real y pretende dictar la de la Casa del Príncipe, porque Doña Letizia es soberbia y ambiciosa.
Ya hemos dicho que el monarca está cansado, harto de que nadie le reconozca su papel y de que luego le llamen cuando necesitan de su prestigio internacional (Marruecos o Alemania, por ejemplo), lo cual no quiere decir que lo haga bien: sigue siendo un Rey bastante progre. Quebrantado en su salud, se resiente de su pérdida de audición y camina con dificultades los borbones siempre han tenido problemas con las caderas-. A su alrededor se ha generado una clase de defensores del monarca, para que no abdique y pararle los pies a doña Letizia, empeñada en que el Rey abdique y convertirse, cuanto antes, en Reina de España.
Por eso, los monárquicos han olvidado sus divisiones entre los partidarios de que doña Elena acceda al Trono y en mantener el mayor tiempo posible a Juan Carlos I en el Trono de España. Ese círculo de fieles más bien fieles a la persona de Juan Carlos I que a un ideario- es el que confiesa a Hispanidad que la presión sobre el Monarca para que abdique antes de fallecer proviene, por conducto interpuesto, de doña Letizia. Y la campaña pro-abdicación aporta un argumento que saca de quicio al Rey: si el propio monarca pasó por encima de su padre, don Juan de Borbón para acceder al Trono, lo mismo debería hacer su hijo, azuzado en esa dirección por su esposa.
Y ya no son cuestiones morales como el aborto o la familia- los campos de batalla entre un rey clásico que no cristiano- y un príncipe ecologista, obsesionado por dar una imagen de modernidad sin plantearse en qué consiste esa modernidad y cada día más inclinado a la imagen tópica y un tanto hortera que destila su esposa y que tanto ama la prensa progre.
Ahora, el escenario de la refriega son las comunidades autónomas y, en pocas palabras, la unidad de una España rota.
Esas mismas fuentes recuerdan que SAR Felipe de Borbón no sólo se está apoyando en un Zapatero de inclinación republicana, heredero del republicanismo histórico del PSOE pero trasmutado hoy en progresismo ramplón, sino también en la mayor comprensión que el Heredero muestra hacia el nacionalismo justo cuando lo que se discute es el Estado autonómico. Dicho de otro modo, no son los principios cristianos (vida, familia, etc) los que dividen políticamente a padre e hijo sino la España rota, que don Juan Carlos considera más rota que don Felipe.
En éstas ha llegado la vergonzosa desamortización de las cajas de ahorros, barbaridad que el Monarca alienta porque sabe que constituyen -o constituían- el instrumento económico clave de las autonomías.
Como afirmara en su discurso de Navidad, reinar no es sólo mi deber sino también mi pasión. Por si alguien no lo había entendido, lo que el monarca quería decir es que no abdicará en su hijo mientras tenga fuerzas para mantenerse en el cargo. El Rey de España no se retira; en todo caso, le retirarán.
Sólo que doña Letizia no está dispuesta a esperar. Ese es el lío.
¿La abdicación del padre en el hijo sería una catástrofe? Para los españoles no lo sé, porque ya con el padre se ha roto la única razón de la existencia de un monarca en el siglo XXI: ser una referencia moral para el pueblo. Tanto para monárquicos como para republicanos, lo que haga el Rey adquiere el carácter de normalidad. Esta es su responsabilidad.
Hoy no tiene sentido un monarca cuyo papel sólo consista en ser una correa de trasmisión en el interregno electoral, obligado a firmar cualquier ley, aunque repugne a la ley natural, a su propia historia, a las convicciones mayoritarias y a ese sentido estético mayoritario que constituye parte fundamental de la convivencia social.
Juan Carlos I ha dejado de ser esa referencia moral; su hijo, parece entregado a dar un paso más hacia esa contracultura que responde al principio de la vanguardia por la vanguardia. El cambio profundo consistiría en eso: no es mucho. Por lo demás, la pugna ente juancarlistas y felipistas es una mera cuestión dinástica.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com