Lo ha dicho Calos Herrera, uno de nuestros más conspicuos ciudadanos. Y lo ha dicho con entusiasmo, empuje y un punto de nostalgia, pero no deja de ser un argumento de autoridad.  El artículo del famoso radiofonista, publicado en El Semanal (es decir, el suplemento dominical del Grupo Vocento, es decir, el escrito periodístico más vendido, no sé si más leído, de España), se titula "La Abuela Menchu". Y abuela, lo que se dice abuela, sólo hay dos. En Argentina,  las de la Plaza de Mayo y en España la madre del padre de doña Letizia Ortiz.

 

Narra, asombrado, apasionado, don Carlos, cómo la abuela Menchu se plantó ante el atril durante la Boda (boda, al igual que abuela, en España, sólo hay) y leyó la definición que del amor nos proporciona San Pablo. Pero, no fue eso del amor no se engríe… todo lo perdona, etc, etc. De hecho, este punto pasó desapercibido para don Carlos y, según propia confesión, para el otro radiofonista, el number one, Iñaki Gabilondo, que estaba a su lado. No, lo de Saulo de Tarso se quedó reducido, con Herrera, a "lo de San Pablo y el amor". O sea, ya saben, lo de siempre, el sol que sale por las mañanas en un rojo amanecer. Como digo, lo de siempre.

 

No, Herrera se quedó prendado de Menchu (la abuela de España, como creo haber dicho antes), de su entonación. Lean: "Cuando aquella mañana lluviosa de mayo en la que se le casaba una nieta a Menchu y ésta surgió de un rincón (ya me extraña que fuera de un rincón) para deletrear lo de San Pablo y el amor, quise ver en ella a todas las maestras de la radio de las que estamos orgullosos de haber aprendido. Al final de la lectura, se podía cortar el aire: Iñaki Gabilondo y yo, que compartíamos banco, estuvimos a punto de levantarnos y aplaudir".

 

Cuántas verdades encierran estas palabras. En efecto, aquella mañana llovía, aunque no acabo de comprender cómo puede saberlo Herrera; estos periodistas tienen fuentes ignotas, impredecibles. Y es muy cierto que la abuela Menchu no leyó, deletreó, o al menos silabeó, que, de otra forma, ¡anda que iba a brillar el superficialón de San Pablo! Y no es menos cierto, no señor, que muchos de los radiofonistas y locutores de televisión han aprendido en la escuela de Menchu, de las viejas locutoras que eran capaces de oscurecer al mismísimo Calderón de la Barca, tan pestiño él, para hacernos vibrar con el timbre eufónico, sereno y altivo de un auto sacramental recitado por la abuela Menchu. E incluso, estoy dispuesto a creerme, qué digo, hago acto de fe firme, en que tanto Gabilondo como Herrera estuvieron a punto de levantarse y aplaudir. No a Saulo, sino a Menchu, que en ella, no en él, anda la ciencia y la sabiduría. Es más, estoy seguro que habrían aplaudido el Cara al Sol si la hubiera recitado Menchu, la abuela Menchu, como creo haber dicho antes.

 

Y quiero decirles a ustedes que las afirmaciones de Herrera no son un artículo más de esos que se pergeñan 30 minutos antes de la llamada del editor exigiendo el texto porque hay que cerrar. No señor, el artículo (no se lo van a creer, pero se titula "La Abuela Menchu") es puro postmodernismo. Seguramente pasará a los anales del periodismo y la literatura.

 

Como su mismo nombre indica, el postmodernismo no es más que un modernismo tardío, impuntual. Es decir, como un mal guiso que encima se hubiera quemado. Me explico: Decía un francés, sí, era francés, que él estaba dispuesto a creerse todo el credo menos aquello de "padeció bajo Poncio Pilato". Porque, claro, eso significaba introducir una apostilla histórica. Muchos están dispuestos a cantar las maravillas del mito Jesucristo y la profundidad filosófica del Evangelio, siempre que no se les obligue a creer que Jesús de Nazaret existió en un punto geográfico determinado, llamado Israel, en el siglo I de nuestra Era.

 

Pero no confundamos el modernismo con el postmodernismo. Quiero decir que la estupidez del modernismo consistía en lo de aquella actriz tontaina, que confesaba que Cristo era el mejor hombre que había existido, pero tanto como Dios,… lo cual es la estupidez mayor que ha pasado a la historia, dado que, una de dos: o Cristo era Dios o era el más soberbio, insufrible, egocéntrico y perverso de los seres humanos.

 

Pues bien, el postmodernismo da un paso más. Está dispuesto a aceptar la filosofía cristiana, que se muestra superior a cualquier otra cosmovisión, la única coherente con la naturaleza humana, pero no la existencia de su creador, portavoz y primer proselitista: Jesús de Nazaret. El postmodernismo cree en Cristo-Dios; en lo que no cree es en Cristo-hombre. Es decir, un tipo de estupidez más irracional y supongo que igualmente contagioso.

 

El postmodernismo es el problema de Carlos Herrera con San Pablo. O sea, como quien dice, que lo que levanta las meninges (las meninges, sólo las meninges) de los grandes comunicadores es la entonación de Menchu. Porque, I  suppose, si el insigne Iñaki ni el egregio Carlos repararon en lo que decía el tal San Pablo. Quizás porque le consideran un mito o quizás porque creían que lo realmente importante no era la descripción del amor que hace el genial Saulo, sino la entonación de Menchu, que para algo es abuela de la futura reina. Lo que le importa al postmodernismo no es el contenido sino la forma, no la sabiduría, sino la eufonía. O sea, que el postmodernismo es medio lelo, como el modernismo fue lelo en su totalidad manifiesta.

 

Herrera responde a la forma, que no al contenido, y, en ese estado de "recepción intelectiva", no existe diferencia alguna entre el más profundo de los filósofos y el más ignorante de los cantantes (no sé por qué he elegido este ejemplo): Todo depende de la entonación de uno y otro. Como con Menchu

 

El postmodernismo es un estado de cosas en el que ni el pensamiento más alto ni la tontuna más vulgar significa nada. Lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se dice. No importa que algo sea cierto o falso, lo que importa es que resulte agradable al oído. ¿Y al cerebro? El cerebro que se fastidie, que es muy plasta. Es decir, que el postmodernismo, lo de Menchu, no es más que el final del pensamiento, la abolición del hombre como ser racional. Eso sí, un ser irracional pero muy eufónico.  

 

Eulogio López