Decía el cardenal Newman, en el siglo XIX, que no hay que preocuparse en demasía por la llamada crisis eclesial (o crisis de la iglesia, o crisis de valores, o lo que quieran), por muy profunda que sea. Y lo decía así: "Cada siglo es semejante a los otros, pero a los que viven les parece peor que todas las épocas precedentes… La causa de Cristo siempre agoniza, como si sólo fuese cuestión de tiempo su fracaso definitivo".
La verdad es que lo que sucede es justamente lo contrario: todos los que predicen la muerte de Dios y animan a la Iglesia a adaptarse a los tiempos modernos como única forma de sobrevivir, acaban pereciendo irremediablemente. Los imperios caen pero la Iglesia permanece, las culturas se diluyen pero el Cristianismo se mantiene incólume. Esta iglesia presuntamente agonizante constituye el espejismo de los cristianos y la desesperación de los comecuras a lo Voltaire: no hay manera de acabar con "La Infamia".
Esto va por lo de Kiko Argüello. Ahora utilizaré otra cita de Jean Guitton (como buen francés, Guitton es un pelín masoca y un pelín luto) para justificar la segunda parte del título, la del tonto útil. Pone Guitton en boca de un incrédulo: "En otros tiempos vuestra Iglesia era un faro, una columna, una estela en el desierto, que afirmaba, que decretaba y que, naturalmente, condenaba y rechazaba. No se puede, ni siquiera en un club, admitir sin excluir… Era algo irritante, pero a mí, incrédulo, me prestaba la ilusión de que en la noche en la que estoy sumido, brillaba aquel rayo de luz. Ahora vuestra iglesia parece vacilar. Me siento sólo en la oscuridad".
Y ahora volvamos al presente: campaña contra Kiko Argüello, fundador del movimiento Neocatecumenal, los famosos Kikos, que aquí todo va a con "k" de Vallekas. El diario El Mundo (que capitanea el audaz soldado Pedro J. Ramírez, voluntario en el Iraq ocupado) ha apuntado todas sus baterías contra el fundador, señal evidente de que el movimiento goza de buena salud.
Porque esta es la clave. ¿Los neocatecumenales son buenos o malos? ¿Una cosa seria o un amago de secta? Pues, la respuesta es muy sencilla: Mirar al Papa. ¿Qué dice el Papa sobre los kikos? Pues, al parecer, no hace otra cosa que felicitar y animar a los kikos. Pues ya está. Con eso basta, por más que su apariencia formal me guste o no. Además, ¿por qué había de gustarme? Y encima, por sus frutos los conoceréis.
Bueno, el otro método para calibrar la bondad de un movimiento eclesial es más arriesgado, pero igual de científico: se trata de leer la prensa progresista, por ejemplo El Mundo o El País, y la conclusión es como el imperativo categórico de Kant, sólo que al revés: aquello que critica la tal prensa es ortodoxo y bonísimo. Cuanto más crucifiquen a ese movimiento, más seguros pueden estar que merece la pena.
En concreto, los neocatecumenales fastidian especialmente a la progresía porque andan metidos en el mundo, entre los más pobres. El espíritu del Camino creado por Argüello viene perfectamente definido por una charla de la que fuí testigo (presencial, que le dicen) entre un importante jesuita, alto mando de la universidad de Comillas, y un miembro de los kikos:
-Claro –le reprochaba el kiko- como vosotros sólo os preocupáis de los señoritos y de la elite.
A lo que el discípulo de San Ignacio respondía:
-Desde luego, no como vosotros, que vais cogiendo a todas las putas que encontráis por el camino.
Y creo que silabeaba lo de "camino" con doble intención. Todo muy edificante.
Pues bien, El Mundo ha capitaneado la campaña de los famosos Pecure-Comale (periodistas curas rebotados y con muy mala leche), según la cual los frescos y vitrinas realizados por Kiko Argüello para la catedral de La Almudena son un puro plagio de iconos e imágenes anteriores.
Un veteranísimo periodista me decía que era capaz de leer entre líneas más de lo que el propio autor pretendía haber escrito. Es decir, que a través de sus escritos se introducía en la conciencia del escribano. Y probablemente sea muy cierto. Digo esto porque no conozco a Kiko Argüello ni la espiritualidad neocatecumenal (aunque la idea original de catequizar desde cero a un Occidente pagano constituye un rasgo de genio) y aunque mi sensibilidad artística es muy parecida a la de una mula de Toledo. O, como dicen los italianos con muy mala leche, a una vaca española. Aún más: resulta que, puestos a expresar gustos, tampoco me gustan los iconos de corte bizantino.
Ahora bien, vamos con algunas preguntitas. Al parecer, lo terriblemente grave, según la progresía de todo signo, es decir, El País y El Mundo, es que el amigo Argüello copió sus pinturas de la catedral de La Almudena, bajo las cuales se comprometerán en matrimonio don Felipe y doña Letizia (esto es importante), de un seminario centro americano… propiedad del ¡Camino Neocatecumenal! O sea, que cabría hablar de autoplagio.
Pero es que hay más. Mi ignorancia artística no me impide llegar hacia lo más elemental de los iconos greco-bizantinos, una modalidad que se hizo famosa cuando no existía la presumida y vanidosa pintura de autor. Se pintaba para rezar y adorar a Dios, a ser posible en el anonimato, no para gloria del autor. Vamos que todavía no habíamos inventado la SGAE, Gedeprensa y los derechos de autor. Ahí sí que fluía la cultura y el arte sin cortapisa pecuniaria alguna. De hecho, la obra de Argüello y su equipo no son sino lo que podían ser: adaptaciones de unas imágenes archiconocidas a un espacio y un formato que les vienen dados.
A mí no me gustan las pinturas de Kiko Argüello porque toda esta etapa artística me resulta hierática, escasa de vida, pero eso sólo significa una cosa: que sobre gustos no hay nada escrito y lo poco que hay escrito nadie lo lee. Las acusaciones de plagio del comando Pecure-Comale demuestran algo tan simple como que no hay peor cuña que las de la propia madera, ni peor bicho que el ex seminarista.
Pero toda campaña necesita de un Judas. Mejor, de un tonto útil pagado de su vanidad. Así que El Mundo, ante lo que hasta los más anticlericales empezaban a vislumbrar como una campaña de bilis, necesitaban cerrar el círculo. Lo hicieron el lunes 10, con una entrevista a un arquitecto, de la división artista e intelectual (¡qué tiempos aquéllos, recuerdan, cuando los arquitectos eran unos señores dedicados a hacer viviendas!), donde nuestro tonto útil, comienza por confesarse cristiano y miembro del Opus Dei, para acabar poniendo como no digan dueñas al cardenal Rouco, que no deja trabajar a los profesionales, mientras que Pipo y Leti, más conocidos por SAR Felipe de Borbón y doña Leticia, sí que hacen caso de los artistas (doña Letizia, en concreto, adora a los artistas). Al tiempo, nuestro modernísimo arquitecto salpica de porquería, apenas reciclable, a Kiko Argüello, mientras se dispone, según sus propias palabras, a tapar las capillas y las imágenes con tapices, para "ahogar el mal en abundancia de bien". Por si alguien no lo sabía, la frase corresponde al fundador del Opus Dei, San Josemaría, cuya capilla e imagen de la catedral de La Almudena será tapizada por nuestro genial arquitecto, supongo que para ahogar el mal del pérfido fundador en abundancia de bien imperial (los tapices son de la época de Carlos V).
Nuestro artista se muestra partidario y miembro de la arquitectura postconciliar y comunitaria, que no hay que confundir con el pensamiento irracional e individualmente bobalicón. Es igual, ha cumplido su papel de tonto útil.
Eulogio López