Los nacionalistas vascos han protestado por el contenido del discurso de Nochebuena recitado por S.M el Rey de España. No les gusta tanta alusión a la unidad de España. A mí tampoco. No porque no crea en la unidad de España, sino porque no creo en las razones esgrimidas por Su Majestad. Que no, que la esencia de España no es su unidad (eso es sólo una obviedad), sino su fe en Cristo y su amor a María. La identidad española recorre el mapa de las advocaciones marianas (una o varias, si el pueblo, ciudad, comarca o autonomía ha crecido), una explosión de amor filial a la Madre del Salvador, que no tiene parangón en ningún otro país del mundo. Juan Pablo II sabe lo que dice mejor que Su Majestad, cuando define a España como Tierra de María.
Recordemos que cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa. Cualquier cosa puede ser una patria, una nación (y cosas más nimias, superficiales y tontainas), puede ser la misma España. Y no es que critique el patriotismo : sería una gran estupidez por mi parte, y trato de no batir mi marca personal a la hora de decir estupideces. Simplemente, digo que la patria, por sí misma, es mucho pero es poco, no basta como ideal.
Pero hay más: si se confunde el fin con los medios, corremos el riesgo de pervertir el patriotismo. Por ejemplo, la presión nacionalista, siempre tan paleta, está haciendo caer a muchos españoles en algo parecido al fascismo. Habrá que insistir: el fascismo no es la tiranía de las clases medias, es la deificación de la patria. El amor a la patria es cosa bonísima, pero a la patria no se la ama porque sí, se la ama por algo : se ama su identidad, producto de la historia. No hay manera de amar a España si no se ama su historia; y su historia, como la de tantos otros países europeos, no es más que la historia de su fe.
Así, antes estábamos pendientes de cualquier majadería que afirmara Xavier Arzallus, al que encumbrábamos, para tirarle piedras, sí, pero encumbrábamos, al fin y al cabo, en lugar de despreciarle, de no hacerle el menor caso, que sería lo lógico. Ahora, Carod-Rovira ha sustituido a Arzallus en el imaginario popular del enemigo a batir, lo que siempre hace muy feliz a psicologías como Arzallus o Carod que viven precisamente de eso : De llamar la atención.
Que no Majestad, que no puede convertirse España de espaldas al Cristianismo. Simplemente no es posible. En su discurso, se mostró usted, señor, como un patriota políticamente correcto : nos habló de la necesaria solidaridad que debemos sentir en Navidad con nuestros militares, nuestros policías, nuestro cuerpo diplomático y nuestros cooperantes. Pero ese, Majestad, es el lenguaje progre. Porque usted sabe que los primeros españoles que están lejos de nuestras fronteras haciendo un mundo más solidario no son los cooperantes, sino las religiosas y sacerdotes misioneros. A pesar de la eterna crisis religiosa, resulta que España sigue siendo el segundo país del mundo, tras Italia, en número de misioneros. Pero claro, pedir que nos solidaricemos con los misioneros sería alejarnos de la esfera laica que pregona Rodríguez Zapatero. Mal asunto, Majestad, si usted se empeña en ser políticamente correcto, estará incurriendo en un doble error: no será el Rey de todos los españoles y, además, en lugar de ser Jefe del Estado se convierte en Jefe del Gobierno de turno.
Además, la Navidad no es la fiesta de la solidaridad. La Navidad es la encarnación de Dios, es el cumpleaños de Jesús de Nazaret, del Dios hecho hombre. Ni tan siquiera es la Fiesta de las Familias. Nada más concreto que la religión y nada más etéreo que la filantropía. Aquí estamos hablando de hechos, de un Dios que se anonada al hacerse hombre y que se deja clavar en una cruz, no de edulcorados mensajes de paz y buena voluntad. No hay nada más duro que la santidad, ni nada que requiera más fortaleza que la mansedumbre, ni más hombría que la infancia espiritual, ni más virilidad que el amor a María. Si pretendía usted, Majestad, evitar cualquier mención o alusión religiosa, entonces, con todo respeto, no haga usted un discurso de Navidad. Retráselo hasta fin de año, o para el Aniversario de la Constitución.
Porque, con todas estas premisas, al final, los valores exhibidos por el Monarca durante su discurso navideño eran valores muy modernos, es decir, eran valores menores: el crecimiento del bienestar individual y colectivo (¡Sólo faltaba!), ampliar las prestaciones sociales y sanitarias (por qué, hay mucha gente solidaria que considera que se distribuye mejor la riqueza cuando se suprimen las prestaciones sociales), un entorno natural protegido (nos ha salido una Palacio ecologista, qué suerte) y, naturalmente, la igualdad entre hombres y mujeres. Valores progres, que le dicen, los unos malos por no ser valores, los otros por ser progres.
La queja de Izquierda Unida también resulta pertinente y revela el carácter ambientalmente correcto del regio discurso navideño. Dice mi paisano Gaspar Llamazares, a quien nadie se imagina como médico (su profesión), vaya usted a saber por qué, que el Rey no puede apoyar el Sí en el Tratado Constitucional europeo (y lo apoyó) cuando es algo que está en discusión y pendiente de referéndum. Otra vez se ha alejado el Monarca de la frase angular de su Reinado : ser el rey de todos los españoles.
Por último, una mínima mención, demasiado estrecha, y tan sólo para decirnos que S.A.R Felipe de Borbón deberá continuar la labor del padre y en la misma dirección (¿A qué no?). Las únicas palabras dedicadas a la Boda Real, que presuntamente asegura la continuidad de la dinastía borbónica, fueron estas: Una labor con la que, además, los Príncipes de Asturias sellaron un firme compromiso de continuidad con motivo de su enlace. ¿Tan poco le ha agradado a Su Majestad la elegida que decidió reducir su presencia retórica al mínimo imprescindible, sin el menor elogio, con una fórmula, fría, distante y de obligado cumplimiento?
Eulogio López