Sr. Director:
Hemos oído decir hace poco en Europa que la inmigración es un problema contra el que hay que luchar. Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, Europa se aleja cada vez más de la realidad. Inmediatamente, se me ha ocurrido exponer aquí dos cosas que contradicen la condición de problema. Según un estudio de la Fundación BBVA, las remesas dinerarias que envían los inmigrantes a sus familias ayudan al desarrollo de su país de origen. Permitiéndoles trabajar aquí, les ayudamos allí. Y ya que les negamos una y otra vez la condonación de la deuda y el 0'7% del PIB, por lo menos dejemos que, lo que a nosotros nos sobra, lo utilicen para intentar alcanzarnos.
A esta ventaja para ellos, se une otra para los países en desarrollo: los niños que nosotros no engendramos, ya sea por el aumento de abortos (más de 80.000 en España, según los últimos datos) o por la falta de ayudas económicas o por puro y duro egoísmo, ellos los sustituyen con 5, 6 o incluso más hijos por familia. Y eso que suelen aceptar peores sueldos y condiciones laborales. Y es que nos quejamos de vicio. Es sabido que la natalidad en Europa se ha mantenido gracias a los hijos de extranjeros, que parece que le den más importancia a la vida que nosotros mismos. Yo no lo veo una invasión, como se ha llegado a denominar a este fenómeno, sino como un tirón de orejas.
Hay principios y valores que parecen olvidados en el viejo continente y el ejemplo que nos dan la mayoría de inmigrantes espero que haga que nos levantemos del sillón en el que nos habíamos tumbado tan perezosamente.
Jesús Espinós
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