Hemos asistido de forma convulsa a la constitución de los distintos Ayuntamientos en España.
En Jaén, el movimiento reivindicativo 15-M, hicieron de mitad indignados mitad batasunos: indignasunos, como ha ocurrido en Elorrio con los de Bildu; y su posición cada vez está más clara: lo que parecía una bocanada de aire fresco político se ha convertido en una manipulación desilusionante. Es de todo punto impresentable, inadmisible democráticamente, que persiguieran a la Corporación municipal entrante, echándoles el aliento en la nuca, entre pitidos, griteríos, y voceríos, en su traslado desde el Ayuntamiento a San Ildefonso.
Si la aportación que realizan está basada en la violencia, algaradas, toma de plazas al modo okupa, y siempre dirigidas contra -¡oh casualidad!- un concreto partido político, estamos en la reedición del prestige, nunca mais, la tarde del 13 M, o el "no a la guerra". Los veremos -no les quepa la menor duda- en las quizá adelantadas generales.
Les han dejado campar por sus respetos, nunca mejor dicho, ante un mal sentido de la libertad, porque han acabado de arruinar a más de un comerciante. Sin embargo, sí se critica la libertad -algunos se rasgan las vestiduras- de el Presidente del Parlamento valenciano en la toma de posesión de su cargo mediante juramento ante un crucifijo.
¿Acaso en la Zarzuela, con el Rey, todos los ministros no lo hacen (jurar/prometer) ante un crucifijo, además de la Biblia y la Constitución? La ley de libertad religiosa tampoco lo impide, aunque estemos en un Estado aconfesional, que no laicista como algunos pretenden. Y es que la guerra de los crucifijos en los lugares públicos la promueven quiénes, como la anterior Alcaldesa, retira todos signos religiosos del Ayuntamiento.
Eso sí, no se perdía una procesión: ¡cuánto fariseísmo! Este gesto despótico y liberticida es lógico que tenga su respuesta, aunque el crucifijo no debería convertirse en un arma arrojadiza. Hay que estar siempre a favor de la libertad. En cualquier caso, ninguna ideología política -no lo han conseguido ni Marx ni los malos católicos- podrá arrancar la fe de su pueblo.
Javier Pereda Pereda