La dignidad es algo con lo que todos nacemos, independientemente del sexo, etnia, credo o coeficiente intelectual.
Así consta en los artículos 1 y 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No es una meta a alcanzar, sino algo que ya tenemos.
El 11 de agosto saltó a los medios una noticia que ha pasado bastante desapercibida. El Tribunal Supremo indemnizaba a un niño con síndrome de Down con 1.500 euros mensuales de por vida porque la amniocentesis falló. Es decir: se privó a los padres de la oportunidad de abortarlo.
La sentencia es sorprendente por cuanto es la primera vez, en mi experiencia como pediatra, que veo que se castiga una negligencia médica que tiene como resultado no la muerte de una persona sino precisamente todo lo contrario. Se castiga a las instituciones responsables de la amniocentesis errónea por un error cuya consecuencia ha sido, no el fallecimiento, sino el nacimiento de un nuevo ser. El nacimiento de una persona con síndrome de Down. Una persona con los mismos derechos y con la misma dignidad que cualquier otra.
Vivimos, por tanto, en una sociedad extraña y contradictoria. Por una parte, se ha avanzado mucho en la lucha del reconocimiento de los derechos de todas las personas con diversos grados de discapacidad. Es de justicia que así sea y que se pongan todos los medios que faciliten la integración laboral y social de estas personas. Se ha avanzado muchísimo con las que tienen síndrome de Down y no es difícil leer noticias de afectados por este síndrome que logran estudiar, trabajar o incluso formar una familia. Es recomendable visitar, por ejemplo, el sitio web de Down España.
Por otro lado, a estas mismas personas, tanto con la antigua Ley del aborto como con la nueva, se les considera como un problema. Se les da un trato de no-persona. Se les ha usurpado su dignidad individual. Se les considera indignas de merecer la existencia y se ponen, de hecho, todos los medios del Estado a disposición de las mujeres embarazadas con el fin de que estas personas no lleguen a nacer. Aquí radica una de las principales razones por la que los pediatras ya no vemos prácticamente niños recién nacidos con síndrome de Down.
Existe por tanto en nuestra sociedad un importantísimo problema de coherencia personal y social. Cuando, por qué no decirlo, no de hipocresía colectiva.
Podemos buscar justificaciones y racionalizar el problema todo lo que queramos. Pero la realidad triste realidad es que en España (en otros países también, no estamos solos en esta tragedia) el aborto eugenésico existe. Con todo el trágico significado que la palabra eugenesia conlleva. La reciente sentencia del Tribunal Supremo no es más que la consecuencia - triste consecuencia - de la normalización de esta mentalidad.
José Cristóbal Buñuel Álvarez