Una de las características del Nuevo Orden Mundial (insisto, el que se impone por consenso no por conspiración, aunque el consenso sea la más temible de las conspiraciones y aún de las persecuciones) es perpetuarse en el poder, eso sí, democráticamente.

El problema es que ningún demócrata pretende perpetuarse en el poder, por lo que el NOM resulta más bien poco democrático.

Honduras, consciente o inconscientemente, ha luchado contra ese consenso NOM, contra esa barbaridad políticamente correcta, que es la perpetuación en el poder perpetrada por métodos democráticos y que en la práctica se concreta en esto: Si he sido elegido en unas elecciones limpias puedo hacer lo que me venga en gana, incluso modificar la reglas del juego según mi conveniencia. Bueno, el golpe de Estado institucional de Manuel Zelaya no fue ejecutado por métodos democráticos, precisamente, pero el ejemplo hondureño sigue siendo más que válido para ejemplificar lo que digo.

Honduras resistió los ataques de la sección estadounidense -progresismo de derechas- del NOM, ahora afincado o en la Casa Blanca, aunque hay que reconocer que luego se vio obligada a rectificar. Asimismo, Honduras salvó  de otra sección, progresista de izquierda, del NOM: la brasileña de Lula da Silva, que practicó una repugnante injerencia imperialista ofreciendo su embajada a Zelaya para dinamitar unas elecciones democráticas como las celebradas en noviembre. Por último, Honduras salvó el ataque de otro monaguillo del NOM, el Gobierno español de Rodríguez Zapatero, importante porque muchos hondureños siguen llamando a España la madre patria y porque España es el primer donante de Honduras. Al final, los hondureños han vencido y han consolidado su democracia de la única manera posible: con unas elecciones, no sólo libres, sino que aseguran el principio constitucional de que un gobernante no puede perpetuarse en el poder aunque haya sido elegido democráticamente. Un principio que no sólo debería ser constitucional, sino universal.

Y no importa quién pretenda perpetuarse en el poder. La perpetuación siempre es mala porque, habrá que repetirlo, si el poder absoluto corrompe absolutamente el poder permanente corrompe permanentemente. Me es igual que quien pretenda perpetuarse en el poder sea el tirano Hugo Chávez o el demócrata Álvaro Uribe: a ambos hay que cerrarles el camino. Sin limitación de mandatos en el poder no hay democracia y, a la postre, acaba por no haber libertades.

Y por cierto: Honduras ha dado una gran lección a los españoles en general y Zapatero -que, encima, pretende darles a los hondureños lecciones de democracia-. Y conste que no me gusta Porfirio Lobo. Tiene un cierto aroma plutocrático que no me hace mucha gracia. Es más, el programa de Zelaya, sin derivas chavistas, claro está, le votaría antes que a Lobo. Pero es que ésta no es la cuestión: la cuestión es que la naturaleza caída del hombre aconseja limitarle por ley su permanencia en el poder. En cualquier tipo de poder, especialmente el poder ejecutivo.

Eulogio López

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