La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha sido muy cuidadosa, a fin de evitar alteraciones del orden público. Así, con nocturnidad y alevosía, la estatua ecuestre del anterior jefe del Estado, a la sazón Francisco Franco, estatua más bien tirando a fea colocada a pocos metros de su despacho, en los madrileños nuevos ministerios. Se ve que la vista le molestaba y en cuestiones de gusto nadie debe meterse. Además, dejémonos de monsergas: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Lo hizo a última hora de la noche del jueves al viernes, y la policía municipal casi lo impide, quizás pensando que se trataba de un robo de mobiliario público. La portavoz del Ministerio de Fomento, que casualmente procede de El País, ofreció dos razones para el desmontaje nocturn Se estaba haciendo unas obras en las proximidades y a la mayoría de la población no le gustaba. Si lo sabrá ella.
Hablando de vivos y bollos. Apenas horas antes del desmontaje, los políticos más relevantes del país le prepararon un homenaje a Santiago Carrillo, ex secretario general del Partido Comunista de España. Allí estuvo Rodríguez Zapatero, Gregorio Peces Barba, y hasta Rodolfo Martín Villa, porque don Rodolfo nunca pierde ripio, la historia da muchas vueltas y quién sabe si el comunismo sucede al progresismo, Carrillo a Jesús Polanco, y don Rodolfo se ve obligado a montarse otra vez en coche oficial en representación de los soviets. La historia da muchas vueltas.
Veamos, Francisco Franco, personaje por el que no siento especiales simpatías, dirigió un Régimen dictatorial, una dictadura de derechas que no incurrió en los excesos de la ultraderecha europea, nazifascista, por la influencia de la Iglesia Católica en la España de 1939-1975. El asunto merece reseñarse, porque esa influencia representa la gran diferencia del franquismo, la que resulta tan difícil de entender a los historiadores, sean europeos o norteamericanos. En muchos aspectos, la dictadura de Franco se convirtió en dictablanda, porque se apoyaba en principios cristianos, y esos principios impedían muchas bestialidades a las que muchos habrían tendido de suyo, en aquel ambiente y tras una cruel guerra civil contra el otro extremo, el marxismo.
De ahí, también, la deriva tonta que está siguiendo el Partido Popular de Mariano Rajoy (y ya antes en buena parte del de José María Aznar) al pretender la unidad de España prescindiendo de Cristo, lo que supone un imposible, porque la esencia misma de esa España es el Cristianismo. El Cristianismo es el que ha forjado España, no al revés. Y de ahí, por último, que la gran obra de España es la Hispanidad, la evangelización de América.
Pero volvamos a los muertos y los vivos. Franco era un dictador, mientras Santiago Carrillo era un demócrata, en cuanto dirigente (socialista primero, comunista después) político durante la II República, que era una dictadora. Sin embargo, el demócrata Carrillo, hoy homenajeado por Zapatero, no deja de ser el mismo señor que permitió las matanzas de Paracuellos del Jarama en Madrid, recién comenzada la Guerra Civil, donde fueron asesinados (los historiadores difieren) 5.000 inocentes. Entre ese dictador reconducido y ese demócrata asesino, yo no tengo dudas: me quedo con el dictador.
Porque claro, la democracia, y me encanta la democracia, no puede quedarse en un mero mecanismo electoral. Democracia no sólo es el gobierno de la mayoría, y tampoco el repaso a las minorías. Democracia es el Estado al servicio de la persona, y la persona ordenada al bien común. Es decir, democracia es el imperio de los derechos humanos, empezando por el derecho a la vida.
Se me dirá que las personas cambian libremente mientras los regímenes no. Los regímenes los mantienen y los derriban seres humanos. De acuerdo. Yo acepto que Santiago Carrillo, en aquel momento de violencia extrema, cometiera o permitiera que sus subordinados cometieran crímenes nefandos. También se cometieron bestialidades en el otro lado. Ahora bien, para homenajearle, para redimirle, exijo que muestre público arrepentimiento de su canallada. Hasta ahora no lo ha hecho. Por tanto, no merece homenaje alguno. Lo que merece es un enorme reproche.
Sin arrepentimiento no hay perdón, pero esto no es un valor religioso, sino social. Porque sin arrepentimiento no puede haber cambio, sin cambio no puede haber progreso.
Por cierto, con gestos como el del miércoles (me refiero al homenaje, no al desmontaje), se precipitó la Guerra Civil de 1936.
Eulogio López