Sr. Director:

Estas palabras tan rotundas y claras son del cardenal Newman, un gran hombre del siglo XIX que abrazó el catolicismo siendo obispo-anglicano.

Con una clarividencia extraordinaria supo ver los problemas de su época y los que se avecinaban por eso dijo: "que en el mundo moderno la cuestión suprema de la moral, se reduce a dos posturas: o el hombre toma en serio a Dios y vive de acuerdo con Él y con todas sus consecuencias o lo rechaza cerrándose a todos los valores del espíritu". "Entonces crea una moral puramente humana y personal sin referencia a lo trascendente cuyo lema es la afirmación de un personaje de la famosísima novela "Los hermanos Karamazov". "Si Dios no existe todo está permitido".

Con el problema del aborto estas son las dos posturas que se suelen tomar clarísimamente. O somos católicos de verdad y para nosotros el aborto es un crimen o somos los seguidores de un humanismo sin Dios que nos hace autores de una moral para la cual el fin justifica los medios y, por lo tanto abortar es un derecho de la mujer dueña de su propio cuerpo. Nos encontramos de esta manera buscando argumentos humanitarios, científicos y hasta filosóficos para justificar leyes que amparan lo que simple y llanamente es un crimen de lesa humanidad. Esto al margen de que se sea católico, musulmán budista o de la iglesia de la cienciología -que está tan de moda-.

A pesar de todo existe afortunadamente entre el creyente y el incrédulo una base común que no es otra que la misma condición humana igual para todos, porque Dios lo ha querido así, Él es el mejor defensor de los derechos humanos y más que defensor es el Autor. Esta condición humana con buena voluntad podría servir de contacto y entendimiento entre estas dos posiciones, si no existiera en los tiempos actuales un desprecio por lo que siempre fue una norma para saber donde está el bien y el mal. Me refiero a la ley moral natural y al derecho natural que ahora son considerados como algo rancio y antiguo, obsoleto, dirían los cursis post-modernos que lo han borrado de su horizonte.

Nuestro tiempo está viviendo un impresionante cambio de valores mucho más profundo de lo que haya ocurrido nunca. Lo grave no es que nos digan que existe el mal y que a la vez haya quién lo niegue. Lo gravísimo es que se quiera erradicar el mal no luchando contra él, sino convirtiéndolo en bien a la base de cambiar el orden establecido por Dios a través de la naturaleza y, legislando con un positivismo jurídico casi diabólico. Ya no existen los sexos, se es, lo que apetece ser, ya no hay padre y madre, ya hay progenitor A y progenitor B o lo que se les ocurra, da lo mismo. Para los científicos o no existe el respeto por las leyes de la naturaleza o las manipulan sin medir las consecuencias. Y, todo lo espiritual es contestado sin darle valor, despreciándolo.

Pero, volviendo al aborto, quiero decir con mi voz y mis palabras de mujer de mi tiempo y de madre de familia, el título más importante que podría aportar para hablar de este tema, que el aborto es un crimen, que soy católica practicante, pero que seguiría pensando lo mismo aunque no lo fuera.

Que por muchas leyes que lo permitan, siempre será el crimen más horrendo, porque va contra el primer derecho humano, el derecho a la vida y porque va contra los más indefensos. Que lo legal no es necesariamente lo moral y lo bueno, ni la mayoría tiene la razón por ser mayoría, sino por decir la verdad y complicidad de las leyes. Pero claro, todo esto vamos olvidándolo en medio de las crisis que sufrimos todos los segmentos de la sociedad, una sociedad que nunca ha hablado tanto de derechos humanos y de libertad, para luego, cuando le conviene, los conculca en los seres menos libres y más en peligro; los bebés no nacidos, que en el seno de su madre no encuentra ni amor, ni seguridad para ir creciendo. Tan sólo encuentra la muerte más espantosa y más injusta.

Piedad Sánchez de la Fuente

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