En las sociedades democráticas se idolatra la libertad. Pero en muchas ocasiones prescindiendo de la razón.

El resultado salta a la vista: progresiva desvinculación de la democracia, la ética y la religión. Surge, en su defecto, un marco social fuertemente influido por el relativismo y el individualismo. Triste concepto de la democracia, que equivale a la lucha por la igualdad.

El norteamericano Samuel Gregg, experto en el ámbito de la ética y la vida pública, resalta la influencia del utilitarismo en esta deriva, con tan nefastas consecuencias a lo largo del siglo XX. A base de predicar la eficacia, cae en el relativismo y llega a creer que no existen el bien y el mal si se actúa libremente. Por ese camino deja de ser obligatorio combatir a las tiranías.

La gran confusión de las sociedades libres es que el Estado de Derecho se ha identificado con el triunfo de la voluntad y no con actuar de acuerdo con la recta razón. Por eso, dictadores de la talla de Robespierre o Stalin se han sentido autorizados para imponer las reglas de un mundo perfecto. Con consecuencias terribles para la humanidad.

Clemente Ferrer Roselló

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