No soy el mayor viajero del mundo, pero percibo en todos los países que visito últimamente una reducción paulatina, pero permanente, del número de eucaristías, una reducción aún más drástica de las horas en las que se pueden encontrar curas en el confesionario y un mayor número de horas en el que las iglesias permanecen cerradas. Acabo de volver de Escocia, de Glasgow y Edimburgo. En tres días no he logrado encontrar una eucaristía. Hablo de dos ciudades, especialmente la segunda, plagadas de iglesias, casi todas cerradas, algunas convertidas en museos, otras en teatros o en dependencias cívicas -todo sea por el civismo-. Es lógico que proliferen los templos en toda ciudad con historia, más que nada porque la civilización cristiana, la más eximia que el hombre haya levantado jamás, se distingue por sus tres componentes: iglesia, escuela y taberna.

Pues bien, los hoteles de Edimburgo tienen un listado de horarios de la II Guerra Mundial. Nada obedece a la realidad. Al final decidí acudir directamente a St Mary's Cathedral. Me imaginé que allí encontraría un horario asequible. Pues bien, en la catedral católica de la histórica de Edimburgo pude comprobar que se oficia una misa al día, a las 12,45 de la mañana. Esos curas se nos van a estresar. Eso sí, a las 10,00 horas se ofrece un remedo de eucaristía en comunidad. Una señora, estoy seguro que muy devota, dirigía el ‘servicio', leía la Biblia con sus salmos correspondientes y, salvo la plegaria eucarística y la consagración no se privó de nada. Los anglicanos la habrían nombrado ‘obispa'. Luego repartió la comunión entre una feligresía muy atenta a la jugada. No me pregunten por qué, pero decidí no acudir. Y lo mejor, concluido el "servicio", en lugar de re-introducir al Santísimo en el Sagrario se lo llevó a la Sacristía, donde me imagino quedó convenientemente introducido en un armario. El Sagrario que buscaba la gente que entraba a rezar, vacío.

A St Mary's Cathedral se entra por un lateral dotado con todo lo necesario: una imagen de Santa María pisando la cabeza de la serpiente infernal y una enorme cafetería, donde se sirven menús de todo tipo, lo que demuestra el sabio acercamiento de la clerecía a la realidad exterior. Como no hay que encerrarse en los templos, al parecer han decidido abrir las puertas a los clientes… que antes o después, entre hamburguesa y coca-cola, podrían convertirse en parroquianos.

Sólo les diré que la cercana catedral presbiteriana de San Gil tiene más ‘servicios' que su homóloga católica, lo que no deja de tener cierta coña: en el Reino Unido, un sinfín de iglesias reformistas abren los domingos, si acaso, para el ‘lunch', eso sí, un ‘lunch' muy comunitario. El resto de la semana, los feligreses rezan devotamente en sus casas. Iglesias convertidas en museos patrióticos, como la londinense de San Pablo, pero, al parecer, lo bueno imita a lo malo, y los templos católicos han decidido no quedarse atrás en la supresión de eucaristías.

Y todo esto no es post-cristianismo, por la sencilla razón de que el Cuerpo Místico no puede desaparecer. Ya saben, como le dijera Pío VII a Napoleón, cuando le amenazó con destruir la Iglesia: "Imposible, Excelencia, ni nosotros mismos lo hemos conseguido". El Reino ha sobrevivido a todos sus enemigos, que siempre, en todo momento, han parecido a sus coetáneos mucho más poderosos que él. No, no desaparecerá. No es post-cristianismo, sino epílogo y prólogo a un tiempo, como la materia convertida en energía. Eso sí, bien podría ocurrir que como sucede cuando la materia se transforma en energía, se produjera un estallido intermedio. Pero ya se sabe, no es posible hacer una tortilla sin romper los huevos.

Eso sí, en St Mary´s, "the catedral is protected by CCTV", lo cual resulta muy tranquilizador. Espero que las cámaras apunten hacia el armario donde nuestra pía señora oficianta  introdujo al Santísimo. No dudo, ni por un momento, que nuestra regidora tendrá el imprescindible permiso episcopal para repartir el cuerpo de Cristo, pero ésta parecía contar con un salvoconducto especialísimo, muchísimo más amplio.

Así, con iglesias cerradas y el Santísimo escondido, estamos consiguiendo hacer felices a quienes han decretado que ya estamos en el post-cristianismo. Pero, miren por dónde, no es post-cristianismo, porque la Iglesia no desaparecerá jamás, pero lo que sí podemos hacer es ocultarla, cerrando los templos y suprimiendo el memorial de la Cruz. No lo duden, la reducción de eucaristías es señal evidente de que se aproxima el juicio de las Naciones, y no por venganza divina, sino por estupidez humana. Pero no se preocupen: El juicio global puede ser muy espectacular pero el importante es el personal. Lo decía por lo del post-cristianismo.

Uno, optimista por naturaleza, propone un plan de acción, consistente en aumentar el número de eucaristías, y esto independientemente del número de fieles que acudan (sin fieles sí hay misa, pero si no hay misa difícilmente habrá fieles). Lo segundo, dedicar a los curas a sentarse en el confesionario y esperar. Lo tercero, la adoración eucarística, no la nocturna sino la perpetua, que hace maravillas. Iglesias abiertas 24 horas, día y noche, con turnos de guardia entre la feligresía, y Cristo en el Sagrario o, mejor, expuesto en la custodia.  

De la seguridad ya nos encargaremos los parroquianos. Lo que es seguro es que, sin iglesias abiertas, con los confesionarios criando telarañas y con el Santísimo en el armario no estaremos en el post-cristianismo pero sí en la desesperación. Dicho de otra forma: o abrimos las iglesias o nos abrirán las carnes; o sacamos al Santísimo del Sagrario o saldremos nosotros de la historia.

Por lo demás, mi estancia en Escocia me ha dejado una duda tremenda: ¿Cómo consiguen ir a misa los McCann? Tengo que preguntarles.

En cualquier caso, o abrimos los Sagrarios o nos abrirán las carnes.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com