El Día del Niño por Nacer se celebra el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, con la Anunciación. Sin embargo, este año, su coincidencia con el Viernes Santo ha exigido su traslado al lunes 4 de abril. Pero el tiempo es burlón, y ha forzado otra coincidencia: El décimo aniversario de la Evangelium Vitae, probablemente, junto a Fides et Ratio, la encíclica más relevante de Juan Pablo II. Este décimo cumpleaños de una encíclica que reafirma y actualiza la idea clave de la Humanae Vitae de Pablo VI -la vida comienza con la concepción y debe terminar con la muerte natural- ha sido celebrado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida con el documento adjunto, cuya lectura aconsejamos vivamente (pinche aquí). Presten atención a la página 12, y las alusiones al pre-embrión. Una aclaración pertinente, después de que, en julio de 2003, el Gobierno Aznar, con la colaboración de algunos profesores católicos, engañara a los obispos con la ley más nefasta en ocho años de Gobierno de la derecha: la que permitía la manipulación de embriones producto de la fecundación in vitro (seguimos sin saber cuántos son: ¿80.000? ¿200.000?).
La estafa fue de las que hacen época, y la ley, promulgada en noviembre de ese mismo año, permitía injertar tres embriones en la mujer que se sometía a la fecundación 'in vitro'. Es decir, que prefiguraba dos abortos selectivos, al tiempo que condenaba al matadero a los embriones congelados.
Luego llegaron los socialistas, que simplemente empujaron más el patinete puesto a rodar por la entonces ministra aznariana, Ana Pastor. Hasta tal punto es así, que la propia Pastor se enorgullece todavía hoy de que la investigación con embriones humanos, es decir, el cobayismo, lo inauguró ella en España. Fueron muchos los que cayeron en la celada, también muchos clérigos, pero no todos.
Pues bien, el texto de la Conferencia Episcopal Española llega tarde, pero merece la pena: deja claro que la investigación con embriones es un homicidio, y que, en el caso que nos ocupa, no hay diferencia alguna entre matar y dejar morir.
Por cierto, entonces como hoy, la pregunta que se hacen muchas mentes bienpensantes (¡Dios nos libre de las mentes bienpensantes!) sigue siendo la misma: ¿Qué hacemos con los embriones sobrantes? Lo primero es, desde luego, no producir ni uno sólo más. De hecho, los seres humanos no se producen, se generan. Entre los dos verbos, producir y generar, existe la misma diferencia que en la famosa parodia de los huevos con chorizo, donde la gallina se solidariza pero el cerdo llega mucho más allá; el cochino se compromete y hasta se inmola. En efecto, compromete mucho más generar que producir.
Pero la pregunta persiste: ¿Qué hacemos con los embriones sobrantes? Pues, adoptarlos. Estamos hablando, sí, de lo que, en principio, repugna: introducir un embrión ajeno, un hijo de otros padres en el útero de una mujer que se convierte en su madre gestante y adoptiva (es curioso, la misma progresía que defiende el semen prestado, las madres de alquiler y la clonación, se mesa sus civilizados cabellos cuando oye hablar de adoptar embriones). Es la única forma de salvar a esos diminutos seres humanos, fruto de la civilización más desquiciada que haya conocido el planeta Tierra: la actual.
Y ya han comenzado las adopciones de embriones, aunque ni de lejos nos aproximamos a las madres necesarias. Así, la catalana Eva Tarrida se va a convertir el próximo mes de agosto en la primera mujer española en dar a luz a uno de esos innúmeros, al parecer, sí, innumerables, embriones congelados destinados al matadero en manos del personaje más peligroso, del peor bicho del siglo XXI: el científico endiosado.
Pero no nos alejemos de mi querida Cataluña. También allí, en Catalunya Radio, ha hablado el obispo de Urgell, Joan-Enric Vives, a quien seguramente la notas de prensa que resumen su alocución han malinterpretado. Es el eterno problema de las malas interpretaciones. Por lo general, el enrevesado, que no cuenta con lo que podríamos llamar un ambiente mediático favorable, un obispo, sin ir más lejos, debe elegir entre ser malinterpretado o ser insultado. Si se trata de un obispo debe optar por lo segundo, sin dudarlo un segundo (digo estas cosas porque uno está convencido de que no se va a ganar la vida como asesor de imagen).
Pues bien, monseñor Vives ha confesado que cuando se muera Juan Pablo II (¡Qué empecinamiento!) la Iglesia deberá afrontar una redefinición de la doctrina moral (no es que la teología moral se circunscriba a la bragueta, pero cuando se habla de moral se habla de bragueta, en un 99% de los casos). La doctrina que deberá redefinirse (supongo que no se refiere a ratificarse en la definición, sino a definirla de otra forma) son temas como la bioética, aunque también hay que afrontar la globalización de la economía y la pobreza.
Lo de la globalización está bien, pero es un poco difícil modificar la doctrina de Juan Pablo II sobre la globalización, salvo que monseñor Vives pretenda afiliarse al Foro de Davos, porque la doctrina social, es decir, económica, de Juan Pablo II, deja al Foro de Porto Alegre como peligroso capitalista salido de Wall Street.
Y uno, en su ingenuidad, confía en que, con tantos circunloquios, no estamos hablando de lo mismo que llevo oyendo desde hace semanas en círculos eclesiásticos (y eso que los frecuento bien poco): un runrún, no bursátil, en círculos más clericales que católicos, y que podríamos resumir así: Es hora de modificar la Humanae Vitae. Porque, entonces, claro está, estaríamos en el Apocalipsis. Y oiga, hasta la palabreja resulta tan inquietante que ahora no hablamos de Apocalipsis, sino, por ejemplo, de pre-embrión.
Más bien nos quedamos con la redefinición de la Subcomisión Episcopal de Defensa de la Vida: es decir, redefinimos volviendo a definir.
Eulogio López