El secretario general del PP catalán, Rafael Luna, festejó con el presidente de ERC, Josep Lluís Carod-Rovira, el auge de esta formación política nacionalista en las últimas elecciones catalanas. El festejo parece algo antinatura habida cuenta de la demonización hecha desde el PP madrileño a la figura de Carod, especialmente después de la entrevista en Perpignan.
El festejo tenía un carácter privado porque Luna y Carod se hicieron muy amigos en la defensa del pueblo saharui frente a los desmanes marroquíes. Una defensa que, curiosamente, le hizo a Carod alabar la labor española en la antigua colonia. Cosas veredes, amigo Sancho...
Sin embargo, la relación entre ERC y el PP va más allá de la relación personal entre Luna y Carod. Y no nos referimos a los idilios protagonizados por ciertos diputados autonómicos de una y otra formación. Tras las últimas elecciones locales, ambos partidos se coaligaron en cinco municipios para derrocar a CiU. Tras la crisis de Perpignan, Josep Piqué pidió que se rompieran todos los acuerdos con la formación republicana, pero dos consistorios mantuvieron los acuerdos sin represalias por parte del partido. Algo parecido a lo ocurrido entre Maragall y Zapatero, sólo que a menor escala. Es el problema de la falta de autoridad.