Otrosí, por encima de tan odiosos parangones, afirmo, con un tal Ludwig Van Beethoven, a quien no tengo el gusto de conocer, que "el único símbolo de superioridad que conozco es la bondad", de donde infiero que Paco es un tío muy grande. Y sin el tal Ludwig, pero con otro tal Romano Guardini, sostengo que "sólo el amor nos permite ver al otro tal cual es". De ahí la clarividencia del jovencito al que se dedican estas líneas.
Conocí a Paco Anson a través de un libro que nunca hubiera pensado en comprar y menos en leer: La Sábana Santa. Por aquel entonces era yo lo suficientemente joven para ser lo suficientemente pedante. Luego, con la edad, me he superado, según el viejo aforismo de que, en materia de virtud, la experiencia es la madre de la ilusión. Servidor era todo un racionalista, un tipo lo suficientemente culto como para hablar de todo, incluso de aquello de lo que poseía alguna remota noción. Mi fe no necesitaba de milagros ni de milagrerías. Nada se me había perdido con un lienzo de tela perdido en la ciudad de Turín, de la que sólo conocía la existencia de la Fiat y de la Juve, y no por ese orden.
Alguien debió obligarme a leerlo -seguramente mi esposa, porque, como ya ha advertido a mis 16 lectores, practica conmigo la violencia de género- y entonces ocurrió aquello: comencé y no lo dejé hasta darle cumplimiento. Cuando concluí, me percaté de que lo ordinario está bien, pero lo extraordinario es mejor, y me sentí introducido en un nuevo mundo, como si en lugar de ser yo un cretino cualquiera fuera un cretino importante. Con las demostraciones, y aun más con las ‘mostraciones' de Paco Anson el milagro se convertía en algo demostrable, racional y, sobre todo, razonable.
Cogí carrerilla y, además de frecuentar al autor, por si se le había quedado algo en el tintero, probé con un segundo "extraordinario" aún más difícil: Tres milagros para el siglo XXI. Si alguien me hubiera dicho meses atrás que iba a estudiar un libro sobre los cuadros de escenas impresas en la retina de una imagen grabada en un paño de tela basta, en los ojos diminutos de Nuestra Señora de Guadalupe, hace medio milenio, y que la historia me hubiera cogido como si se tratara de El Señor de los Anillos, le hubiera llamado tonto (no, le hubiera llamado algo peor, porque soy periodista).
Cuentan que el escritor Clive Lewis, amante de los mitos, se convirtió al cristianismo cuando su amigo Tolkien le explicó la redención de este modo: "Es un mito, sólo que es un mito que ocurrió, es un mito histórico". Hasta echarmeEl grado de erudición al que ha llegado Paco Anson en este primer cuarto de su vida también se muestra en algunos divertimentos, como éste, publicado en el volumen Tensando el Arco, producto de una de las tertulias literarias que aún inundan Madrid. Porque también la santidad es un mito real. Y cuando los mitos son reales, entonces lo abstruso se vuelve sencillo, lo inalcanzable cercano, el ensayo novela, la novela mundo y el mundo cielo, cielo en la tierra.
Eulogio López
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