Como dirían los críticos de cine, el volumen tiene dos tramas: la principal, la lucha por un antiguo códice en la España actual y la secundaria -o es la relevante-, el documento que da título al libro, obra de un ficticio ayudante del emperador Diocleciano.
Lo del Imperio romano no es baladí. Para los mejores apocalípticos -oficio extraordinariamente complejo-, es decir los que poseen sentido común, no los chiflados paranoides, el Imperio romano es algo más que la lista de los césares, Roma es Occidente y Occidente es la cristiandad. Dicho de otra forma: el Imperio romano no ha caído aún, aunque está en peligro.
Tema de la obra: el fin del mundo. Lo que ocurre -y no revelaré nada más si no es en presencia de mi abogado- es que el fin del mundo ya fue, o está siendo, que tanto monta, monta tanto.
Pero, en cualquier caso, Trillo responde con un relato ameno y una profundidad digna del mejor ensayo a los elementos más palpitantes sobre la palpitante cuestión. Sólo desde la ficción el autor podía abordar los enigmas que proyecta una cuestión tan espinosa como el fin de la historia, con sus derivados habituales: Nuevo Orden Mundial, new age, el pensamiento único, el camino hacia un único poder global, el sincretismo, la masoneria, satanismo, y la humanidad como campo de batalla entre el bien y el mal. He dicho la humanidad, no el mundo.
Primera cuestión: conspiración frente a consenso. El siglo XXI no es la época de las camarillas subrepticias sino de los consensos forzados. En la sociedad de la información hasta Satán necesita de la opinión pública, privada de su liberad, naturalmente. Y por cierto, sólo desde la novela Trillo ha podido contar verdades que, de otra manera, podrían haberle acarreado una querella de quienes niegan la existencia del mal, así como las burlas de quienes, presa del complejo conspirador, viven obsesionados con el infierno. A Lucifer le encanta que le hagan caso.
En definitiva, pocas veces he visto en una obra, en este caso en una historia, mantener con gran acierto el equilibrio entre casualidad y causalidad a la hora de interpretar la labor de lo invisible por sus consecuencias visibles. En el Apocalipsis oculto todo tiene sentido, las piezas encajan, y son piezas esquivas, cuya esencia es, precisamente, la ocultación. Pero convenientemente colocadas se cumple la profecía: nada hay oculto que no llegue a descubrirse.
Por lo general, la novela histórica introduce personajes ficticios en hechos reales. Trillo hace lo contrario: introduce personajes reales en hechos ficticios. Y como resulta que la historia de la humanidad es la historia de cada hombre, como lo que importa no es la colectividad sino los hijos de Dios, da en el clavo. El efecto final es fundir la historia con el presente, algo sólo al alcance de los maestros. Y así, con una erudición que sorprende en el mundo de Google y Wikipedia, el autor introduce canciones satánicas, con sus nombres y apellidos, políticos reales, hacedores del Nuevo Orden.
La obra aúna la emocionante intriga de una novela y el saber de una enciclopedia. O sea, que el libro se lee de un tirón y se relee con fruición. Oiga y hasta hay sexo y violencia, picarón que es el Trillo.
Sí, me ha parecido una divertida novela con el mejor resumen del momento presente.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com