Me ronda una idea cada vez que pienso en el futuro de la familia tras la ley que instaura el matrimonio entre personas del mismo sexo, con derecho a adopción incluido. En mi generación descubrimos que nuestro planeta Tierra y sus pobladores podían ser destrozados con la acción indiscriminada del ser humano, y que debíamos conservar los ecosistemas de las especies animales y vegetales. Y así, creamos espacios naturales para que hembras y machos de diferentes especies vivieran y criaran en entornos idóneos, en sus ecosistemas primitivos.
Y me pregunto ¿Con tanta conciencia ecológica no nos damos cuenta de lo que supone cargarnos de un plumazo el ecosistema del ser humano? ¿Hemos decidido, sin rechistar, que la familia no tiene una base natural y prejurídica, y que fue sólo producto de lo que nuestros antepasados nos impusieron culturalmente? Cuando alguna mujer u hombre proclama con orgullo que para tener un hijo no necesita tener una relación amorosa/sexual, que le basta una probeta, un óvulo y esperma de extraños, siento escalofríos al pensar en este mundo artificial y transgénico, y me pregunto : ¿Ese es el ecosistema del ser humano? ¿Hijos concebidos en probetas, con óvulos o esperma de personas desconocidas, para satisface r el deseo de quienes están imposibilitados absolutamente y por naturaleza para ello?
Pues ¿saben una cosa? Hoy más que nunca reivindico el imprescindible ecosistema del ser humano, y seguiré luchando para que todo hijo descubra que su vida debe ser consecuencia de un acto de amor entre padre y madre; un día en que mirándose profundamente, se dijeron -¿Traemos una nueva vida a este mundo, como desde el principio de los tiempos hombre y mujer hemos hecho?-. Y con el corazón preñado de emoción, consciente de su responsabilidad, el hombre y la mujer, sobre la tierra de sus antepasados, dieron perspectiva a ese amor que les unía.
Paloma Ortiz de Zárate
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