La verdad es que quien no se entere de la doctrina cristiana en aspectos aparentemente abstrusos, como la genética, es que no quiere enterarse. A día de hoy, en forma de titular periodístico, esa doctrina puede resumirse en dos cuestiones fundamentales:
1. La vida humana es sagrada desde la concepción hasta la muere natural.
2. La terapia génica se puede y se debe basar en células madre adultas, no en células madres embrionarias. Porque éstas últimas son embriones, es decir, humanos.
Y esos dos mandamientos podrían resumirse en uno, que no es mío sino de Benedicto XVI: Dios ama al embrión.
Nuevamente, ese gran periodista y maestro que es Joseph Ratzinger ha vuelto a poner el dedo en la llaga con las células madre. Lo explica Zenit.
Eulogio López