No cabe duda de que no soy sospechoso de ser un profundo admirador de El País. Con gusto reconozco que se trata de un periódico documentado, sin aspavientos, lo suficientemente elegante como para practicar la hipocresía ideológica con cierta altura. Si no fuera por su odio a la vida y por su anticlericalismo feroz, reconocería con gusto su calidad periodística, incluso su talento para contar la realidad.

Mis problemas con El País son, por tanto, ideológicos. Lo cual no significa que sean problemas menores, sino mayores. Porque la fuerza más mortífera que existe en el mundo son las ideas.

Al final, El País sencillamente no sabe dónde está el límite. Por ejemplo, el último artículo del sociólogo Enrique Gil Calvo para el diario (27 de enero), que colocó en su lugar estrella, página par, al lado de los editoriales, lanza una proclama no especialmente original en defensa de las parejas de hecho y la homosexualidad. Ya saben, traspasamos fronteras, no te detengas, los viejos tabúes deben caer. Y también los nuevos, e incluso los que no son tabúes. La línea argumental consiste en preguntarse continuamente: ¿Por qué no?

Como el viejo chiste:

-¿Usted que piense de que los curas se casen?

-Hombre, si se quieren...

Pues bien, decía que el señor Gil Calvo, emocionado ya por las interminables cotas de vanguardismo alcanzado, se lanza en plancha: "¿Pueden dos hermanos de cualquier sexo, o dos parientes consanguíneos adultos de distinta generación formar uniones legítimas? Resulta discutible, aunque yo me inclino a pensar que deben ser libres de poder hacerlo, si así lo desean por mutuo consentimiento?".

Pues eso, si se quieren...

¿Algún editor de El País cayó en la cuenta de que don Enrique estaba defendiendo el incesto? ¿Y por qué no la pederastia? ¿Y por qué no la zoofilia? ¿Y la necrofilia? En resumen, ¿dónde está el límite? ¿O es que no hay límite? 

Que no, que no estoy hablando del panfleto de unas ocupas, sino del diario más vendido y prestigioso de España. Estoy hablando del discurso cultural imperante. Porque lo malo no es que un majadero proponga el incesto en el diario más majadero (es decir, más prestigiado por la progresía dirigente). Lo malo es que un lector (menos mal que los artículos de opinión casi no los lee nadie) se lo tome en serio y lo que para estos excéntricos es una eyaculación mental en un periódico, se convierta en algo digno de ser puesto en práctico. En ese momento alguien habrá pasado la línea que le conducirá directamente a una vida tenebrosa. Eso sí, nunca podrá reclamar daños y perjuicios a El País, ni a Enrique Gil Calvo, ni al maestro Armero.

Dime Polanco, ¿dónde está el límite?

Eulogio López