Sr. Director:

Hace ya mucho tiempo que decidí guardar una parte de mi salario mensual (10 mil pesetas de entonces) para disponer de un futuro más próspero, quizás para un pequeño capricho o también como previsión para una posible contingencia. Estuve tres años engordando aquel fondo que, llegado el momento, decidí utilizar para la entrada de un apartamento. No me rindió ningún beneficio, tan sólo el capital aportado, pero di por buena aquella decisión pasada porque, de otro modo y al no disponer de un salario holgado, posiblemente hubieran sido gastados mensualmente y ahora no hubiese dispuesto de la cantidad que me permitiría alcanzar un sueñ disponer de una vivienda propia. Con el transcurso de los años volví a constituir el mismo tipo de ahorro y, siempre, con el mismo resultad antes de lo previsto debía, nuevamente, retirar la aportación sin que la misma me diese un fruto diferente a la suma de las aportaciones mensuales. Pero, los que dependemos de una nómina, siempre tenemos gastos extraordinarios, una enfermedad, un pequeño arreglo en casa, ¡qué les voy a decir! No creo que mi caso sea excepcional y estoy seguro que muchos comprenderán que ese esfuerzo continuado en el tiempo significaba, del mismo modo, una privación en las vacaciones o en el coche usado que siempre debía aguantar un poco más.

Hasta el momento actual en el que, cuando estaba a punto de necesitar, nuevamente, de ese fondo, me encontré con que Afinsa había sido intervenida, sus cuentas bloqueadas y, consecuentemente, no podía disponer de mis ahorros. Intenté sobreponerme a la situación y hacer acopio de entereza para, llegado el momento, relatar lo sucedido a mi padre, ya jubilado y que, seguido por mis consejos, tenía sus ahorros invertidos en la misma empresa y cuya rentabilidad completaba a una mínima pensión.

Aquellos ahorros que mi familia tenía habían sido el esfuerzo continuado de mi padre desde hacía aproximadamente 20 años de trabajo adicional y de esfuerzo tras un accidente de tráfico y por el que le concedieron una pensión póstuma pero insuficiente para vivir. Yo aún le recuerdo exhausto..., cansado..., dolorido por los esfuerzos que tenía que realizar y que, poco a poco, significaban una merma de su salud, pero que el siempre justificaba por un futuro mejor. ¿Cómo explicarles lo ocurrido?, ¿quién era el culpable?, ¿por qué? ¡Uff! pensé - ¡Menos mal que ya han terminado de pagar la hipoteca!.

Hoy, después de casi ocho meses, le miro a la cara y sólo veo una mirada triste, perdida...Mira su monedero y...¡hoy tampoco tomará café con los amigos!, ni estas Navidades hará regalos a sus nietos.

Tampoco quiere charlar con nadie. Yo le entiendo; siempre, cuando relato lo ocurrido tengo que decir que ¡no soy un avaricioso! ¡que no me han dado duros a cuatro pesetas!.

Y,...a mis padres, el otro día tuve que decirles que en El Congreso no habían aprobado las ayudas para los más necesitados, que ellos no lo necesitaban, que en este país había muchas familias que no podían ahorrar.

No me entendieron.

Antonio Pérez Gallego

mozasmo@wanadoo.es