Gracias al PSOE y al PP, a Teresa Fernández de la Vega y a Ana Pastor, así como al gusto por el maquillaje de la sociedad mediática, las mujeres españolas, unas 22 millones, han caído en la cuenta, así, de repente, de que, en el fondo, no eran tan felices como creían ser. Por el contrario, ahora, justamente ahora, se han percatado de que el hombre no en su sentido genérico, sino el varón concreto que tienen justo al lado-, las desprecia, humilla, golpea y violenta con actitud dolosa, saña infinita y perseverancia criminal.
No es broma. El Gobierno considera que en España existen 2 millones de mujeres maltratadas (¡¡¡!!!). El cálculo anterior dos años atrás- era de 650.000, aunque una de las razones para ser considerado pérfido maltratador consistía en no cederle a la pareja el mejor sillón del salón del hogar a la hora de ver la tele (sic). Tiemblo sólo de pensar cómo han podido llegar a los dos millones. Hombres maltratados, ninguno, cifras marginales. Por eso, doña Teresa, la más popular, ha aplicado a las señoras, a todas las mujeres, a todas las amazonas, planteamientos y adjetivos que antes se reservaba para las víctimas del terrorismo etarra: ellas nunca tienen culpa- asegura, más cabreada que emocionada, Teresa Fernández de la Vega, introduciendo así una cuña del Estado, es decir, de la represión, en la liberada, es decir, la familia, quizás porque, vaya usted a saber por qué, a doña Teresa no le agrada, lo que se dice nada, la familia. Al menos, la familia fundada sobre el compromiso heterosexual, es decir, la única familia posible.
Doña Ana Pastor, como buen pepera, acude al quite, y fuerza a Mariano Rajoy a entrar en esta competición política en defensa de la mujer maltratada y afirma que el Gobierno ha fracasado. Esto es como la matanza de embriones humanos: la comenzó ella, doña Ana Pastor, como ministra de sanidad del Gobierno Aznar. Luego la ministra socialista Elena Salgado fue todavía más allá, más bruta ella, y ahora doña Ana está escocidísima porque le ocurre lo mismo que al navarro del chiste: ¿Qué dice el obispo que somos el segundo pueblo que más blasfema de Navarra? ¡Rediez, hemos de ser los primeros! Naturalmente, la ley ZP contra la violencia de género ha generado más violencia de género, entre otras cosas porque muchas mujeres se han apuntado a la llamada cultura de la queja continua -digo llamada porque no veo la cultura por sitio alguno- y con ello han convertido la convivencia de muchas parejas en un infierno.
El problema es que, aunque los altavoces mediáticos y lo políticamente correcto nos aturdan y entontezcan, ningún proyecto sale adelante si está montado sobre la mentira. Es como esos silogismos que parten de una premisa o de un dato falso, que luego se desarrollan con deducciones muy lógicas, pero que, al haber partido de una raíz falsa, acaban concluyendo, a pesar de toda su coherencia, verdaderas animaladas. Así, la gran mentira, la raíz falsa, de la que parte toda la campaña sobre la violencia de género es la de que el violento siempre es el hombre. Al menos en la sociedad actual, la mujer es mucho más violenta que el varón. Lo que ocurre es que, en esta y en cualquier otra sociedad del pasado, el varón se defiende utilizando la fuerza física por la sencilla razón de que todos las personas, puestas a pelear, se acogen a las armas de las que disponen. Pero cuando llega la violencia física es porque antes ha habido más violencia, más humillaciones y más mala uva no física. Por eso hay más mujeres maltratadas físicamente (repito, físicamente) que hombres, aunque esta estadística, con ayuda de doña Teresa Fernández de la Vega y doña Ana Pastor, podría llegar a cambiar, dado que la fuerza pública se ha situado de parte de la mujer para prevaricar contra el varón.
Tanto es así, que la llamada liberación femenina no es más que el producto del progreso técnico. ¿Por qué las mujeres han ido copando más poder en los siglos XIX y XX? Pues porque cuando el poder se decidía por la espada y la caballería, el hombre tenía todas las de ganar. Pero cuando un dedo basta para apretar el misil que puede matar a miles, lo mismo puede hacerlo un pulgar masculino que uno femenino. En economía ocurre lo mismo : cuando la fuerza bruta cede ante la mecanización, la mujer va subiendo en el escalafón.
Pero volvamos a la opresión del varón. El anuncio que nos rodea en el metro y en los medios informativos (la violencia de género se está convirtiendo en el mayor anunciante de España, por delante de El Corte Inglés) nos presenta a una mujer frágil, que nos confiesa desde el cartel: Ya no me humilla más. Esto me recuerda una frase muy repetida por las mujeres de hoy (por las buenas, no por las feministas, éstas no reconocen nada) que viene a explicar así la situación: Puestas a ser malas, las mujeres somos más malas que los hombres. El problema es que nadie es malo hasta que se pone a ser malo, por lo que el precitado tópico debe reproducirse así: La mujer es más mala, tiene más mala leche, que el hombre. O como recuerda el otro adagio, éste no feminista: ¿Qué es un gay? Uno que tiene la fuerza de un hombre y la mala leche de una mujer.
La humillación más habitual en el mundo actual corre en sentido opuesto : es la mujer la que más humilla a su pareja y la que además, le somete al siguiente chantaje: O vives como yo quiero o rompemos. La prueba del nueve: el vuelco de la degradación familiar en Occidente consiste en que hoy es la mujer quien decide romper la familia en mucha mayor proporción que el hombre. Doña Teresa y doña Ana, que odian la familia, deben de estar muy contentas con el incremento de separaciones y divorcios, pero no estoy seguro de que su alegría reporte muchos bienes al conjunto de la sociedad.
El problema de la mujer actual es que ha caído en una peligrosa cascada de degradación: hoy muchas mujeres, no sólo las feministas, son mujeres desamoradas; por desamoradas, degeneradas moralmente; por degeneradas, desquiciadas.
Desamoradas: mujeres incapaces de entregarse (el amor no es más que entrega) y de comprometerse (el matrimonio no es más que compromiso). La entrega la consideran servilismo, y el compromiso, rendición.
Pero la moral no es más que caridad, es decir, amor, es decir, donación. Por tanto, si uno es incapaz de comprometerse acaba degenerando moralmente. Por eso la mujer actual, aun más que el varón, despotrica contra el compromiso de por vida, por eso homologa la pareja a una especie de contraprestación, y por eso se niega a tener hijos. Recuerde: el bebé lo exige todo y no ofrece nada, al menos nada material. De ahí, surge, en lógica consecuencia, todo los demás males, como el aborto. No olvidemos que la mayor violencia de género y de cualquier otro tipo y denominación- la ejerce la mujer, con el asesinato del propio hijo de sus entrañas, en España en la proporción de 95.000 homicidios anuales.
Y el tercer paso es de aún más lógica inferencia: la mujer desamorada acaba siendo degenerada, pero la degenerada acaba tocada, esto es, termina siendo una mujer desquiciada, infeliz. Para demostrar este último punto no hacen falta argumentos: simplemente salgan a la calle y contemplen el panorama. La expresión no la cara- es el espejo del alma.
Todo esto lo digo con mucha pena. No resulta reconfortante definir como desamorada, degenerada y desquiciada a la mitad de la humanidad. Pero lo cierto es que el virus feminista, una de cuyas consecuencias es privar de todo sentido de ecuanimidad y hasta de todo sentido racional- ha provocado el nuevo marxismo, que no es la guerra de clases, sino la guerra de sexos, mucho más letal que aquélla, pues convierte la batalla en global universal. En ella estamos, y alguien debe gritar que el emperador camina desnudo, pero el virus continúa haciendo estragos en la racionalidad humana. Además, no olvidemos que el feminismo siempre acaba en lesbianismo y que el objetivo de las feministas no es otra cosa que una sociedad de amazonas, un horror que supera al de cualquier tiranía conocida. No, la crisis no es la violencia de género eso es una consecuencia- sino la degradación de la mujer. Y es una crisis terrible: ojalá pase cuanto antes, aunque me temo que la dormidera feminista bloquea el inicio de la solución: que la mujer sea consciente del origen de su amargura.
Y no hablo de doña Teresa y doña Ana, que conste.
Eulogio López