Las encuestas sobre intención de voto en España dan vencedor a Zapatero, pero el propio presidente del Gobierno empieza a estar bajo sospecha. Es decir, en España no se vota a favor de alguien sino contra alguien, llamado José María Aznar.
Reconozcámoslo : el odio a Aznar es la baza electoral más importante del Gobierno socialista. Ni tan siquiera la comparecencia de Zapatero ante la Comisión del 11-M ni su orgía de demagogia tras la intervención de la portavoz de las víctimas, Pilar Manjon, con la creación, nada más y nada menos, de un Alto Comisionado que resulta ser uno de los personajes más sectarios del viejo Felipismo, ha servido para superar el odio a Aznar, que prima tanto en el corazón de tantos.
El lunes 13 de diciembre, los españoles descubrieron a otro Zapatero. Hasta el momento, el actual presidente del Gobierno era hombre de maneras suaves, y aunque las burlas sobre su talante abundaban, seguía prevaleciendo la atmósfera de algodón que le rodea. Era Bambi. Pero para muchos, esa careta se cayó al oírle arremeter con unas cuantas injurias recogidas en el jardín de los diccionarios prohibidos, contra, naturalmente, Aznar. Me confesaba una ejecutiva bancaria que se quedó sorprendidísima por la intervención dura, áspera, de Zapatero, que le hizo recordar, cómo no, a la repugnancia que le producía el rictus de cabreo permanente del amigo Aznar. Zapatero se quitó la máscara y se inventó lo del Alto Comisionado en cuanto Manjón les recordó que aquella Comisión no había servido ni para mejorar los mecanismos de persecución de los asesinos ni para consuelo y ayuda de las víctimas: sólo había servido para que los políticos ajustaran cuentas y sacaran réditos electorales. Para el PSOE, la Comisión es vital: tiene que demostrar a toda costa que no llegó al poder gracias a una masacre colectiva. Para el PP, también: tiene que demostrar que no sentía un ardiente deseo de que las víctimas fueran responsabilidad de ETA y no de Ben Laden. Ambas cosas son falsas, naturalmente: Zapatero llegó al poder gracias a la matanza (como afirmaba con durísimas palabras The Wall Street Journal, parece como si su política de Exteriores consistiera en agradecerle el gesto al terrorismo islámico) y el PP quizás no mintió, pero se dejó llevar por su obsesión anti-ETA.
Es decir, el verdadero yo de Zapatero afloró el 13-D, y aún más el 15, con el anuncio de la entronización apresurada de Gregorio Peces-Barba. Hay que insistir: Zapatero no es Bambi, sino Mr. Bean: es ignorante, muy insensato y tremendamente malicioso. Malicioso significa ferozmente rencoroso y, como todos los insensatos, terriblemente demagogo.
Pues bien, ni todo ello ha servido para modificar el planteamiento político. El odio a Aznar une más que la decepción que provoca Zapatero. Insisto en que no entiendo el odio a un personaje como Aznar que tiene más de complejo ideológico que de brillante. Pero no voy a entrar en ello, porque la inquina anti-Aznar ha generado, de rebote, unos entusiastas aznarianos celosos de la buena prensa de su jefe. El caso es que la aznarfobia cunde en España, a nueve meses de su retirada de la vida pública.
Pues bien, ni aún así. El strip-tease de Zapatero en la Comisión, su ridículo en política exterior, su obsesión anticlerical, el descubrimiento de que todas sus promesas de diálogo son una colección de embustes, su inexistente política económica bastaría para restar fuerza electoral. Pero, según el sondeo de El País, publicado el domingo 19, el PSOE aventaja al PP en 8,5 puntos de intención de voto. Los sondeos dominicales constituyen la nueva teología de la era de la comunicación. Es el dogma de los grandes editores, verdaderos amos del mundo moderno.
Y todo ello pese a que la política del diálogo y el talante de Zapatero se ha revelado como un verdadero sarcasmo. Más de un millón de firmas (y sigue aumentando) solicitando que se reconsidere el abandono de la asignatura de religión no ha servido para nada, como no servirá para nada que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) haya reprochado las normas de elección de jueces o que el Consejo de Estado haya interpuesto dudas jurídicas (que no éticas) a la promulgación del matrimonio homosexual. El talante de Zapatero se pasa eso por cualquier lugar menos por el diálogo.
Y he aquí, cómo se puede llegar al poder en nombre del diálogo y mantenerlo con el único argumento de que yo soy distinto al pérfido Aznar: con mucha cara. Ya lo dijo la vicepresidente Teresa Fernández de la Vega, otro de los personajes más peligrosos del actual Gobierno : los que se oponen a nuestras reformas son tenebrosos. Y con los tenebrosos no hay nada que dialogar. Por eso, es clave que los cristianos busquen otras formas de manifestación política o que, simplemente, se constituyan como fuerza social que frene el ataque del PSOE y la utilización del PP. Para eso sólo hay que ser coherente.
Vamos. En el momento presente, al menos en España, la agenda de todo católico mínimamente comprometido con su fe está a tope. No cabe ni una sola convocatoria más para manifestarse, manifestación real o virtual. Cada uno de estos cristianos coherentes ha firmado ya varias iniciativas legislativas populares, ha participado en pactos por la vida, elaborado manifiestos, sentadas, testimonios, reuniones, etc. La cabeza de ese cristiano comprometido está partida entre asociaciones familiares, defensores de la vida del no nacido, defensa de los embriones, oposición a la eutanasia, clase de religión, lucha contra las ofensas gratuitas a Cristo y a la Iglesia. La saturación llega a tal extremo que en Hispanidad se reciben llamadas donde la gente se pregunta por la autenticidad de determinadas convocatorias o peticiones aclaratorias sobre esta o aquella iniciativa (un completo error: nosotros mismos no nos aclaramos).
Por eso, no pasaría nada por conseguir una mayor coordinación, que sólo la jerarquía puede asumir. El católico medio, quizás por ser consciente de la excelsa dignidad que otorga el ser hijo de Dios, sólo está dispuesto a librar la batalla cultural con categoría de general, mientras lo que se necesita en el foro público es infantería, infantería dirigida por un general aceptado por todos. Y eso no es que sea difícil entre creyentes: sólo es imposible. Por eso, se precisa que la jerarquía se moje un poco más. Sólo un poco. Ni tan siquiera se le pide que encabece la lucha, tan sólo que certifique qué laico debe dirigir el asalto (al paso que vamos, más bien la defensa).
Eulogio López