Querida Loyola:
Estos días se han dicho muchas cosas rememorando tu personalidad. Es verdad que ninguno de los adjetivos con los que se te ha descrito me ha resultado inapropiado para definir tu perfil de mujer pública, de política apasionada: firmeza, lealtad, trabajo, tesón, compromiso, rigor...
Todas esas cualidades son las que cualquiera que haya seguido tu carrera pública habrá podido percibir. No dicen de ti nada que no supiéramos. Pero nos ayudan a recordar lo que hemos perdido con tu muerte. Te apasionaba la política; y ponías toda tu sabiduría, todo tu empeño, lo mejor de lo que eras, en defensa de las cosas en las que creías. No dabas nunca ninguna batalla--por difícil que pareciera, o por pequeña que pudiera aparentar ser--, por perdida.
Sabías de la importancia que tiene lo simbólico en ese mundo de las tinieblas liderado por ETA. Por eso en las cuestiones que tienen que ver con los valores, siempre estabas alerta para defender las posiciones morales, éticas, prepolíticas. Nunca bajabas la guardia frente al terror y a sus cómplices. Tenías convicciones firmes; y las defendías con la cabeza y con el corazón.
Nos encontramos en la política europea; pero te conocí en la política vasca. Ahí sí que siempre fuiste--fuimos-- verdaderas cómplices. Es verdad que durante tu cargo de Vicepresidenta de la Comisión Europea, coincidiendo con la época en la que yo era portavoz de los socialistas españoles en el Parlamento Europeo, tejimos muchas complicidades en defensa de los intereses de España. Ambas sabíamos bien que los ciudadanos nos habían elegido para que les representáramos superando la sigla partidaria defendiendo todo aquello que fuera de interés de Estado. Y que estábamos en las instituciones europeas para defender la posición de España y para construir Europa. Nos entendimos bien, ¿verdad?
Pero como te decía, te conocí y te empecé a apreciar en tu verdadera dimensión humana en la política vasca. Que es política española y política europea; pero que tiene su centro de compromiso, su centro de atención, en Euskadi. Ahí sí que ponías siempre el corazón. Siempre estuvimos en la misma trinchera. Siempre estabas delante, allá donde hacía falta, respondiendo a la llamada de Basta Ya, de la Fundación para la Libertad... Presente en tantos funerales, en tantas manifestaciones, en tantos duelos, en tantos actos políticos de reivindicación de espacios de libertad. Te recuerdo encontrándonos en algún pasillo del Parlamento Europeo, tú apresurada, dirigiéndote hacia cualquier reunión internacional para hablar con tus colegas de Transportes, de Energía..., de las cosas que eran de tu competencia en la Vicepresidencia de la Comisión. Pero siempre te parabas y siempre hablábamos de lo nuestro. A veces había buenas noticias; avances en la lucha contra el terror, en la implicación de Europa, en la batalla contra la impunidad de los cómplices. Juntas celebramos el Premio Sájarov para Basta Ya; juntas celebramos la firma del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Juntas constituimos, en un acto memorable, la Fundación para la Libertad.
Juntas también hemos llorado sin lágrimas después de demasiados atentados mortales. Nos llamábamos, muy brevemente, para darnos la noticia; y/o el pésame, cuando alguna de las dos estaba unida por lazos de amistad con las víctimas. Cuando teníamos alguna cuestión complicada de defender ante la Comisión Europea, que requería de esfuerzo y persuasión y -otra vez corazón-, lo hablábamos contigo. Y tú nunca defraudaste nuestra confianza.
Loyola, nunca tuvimos esa confianza de amigas, esa relación personal que lleva a las personas a hablar de libros, de cine, de cocina, de viajes. No; nunca hablamos de nada que no tuviera que ver con nuestro compromiso vital. Y no sé si hubiera sido posible, en otras circunstancias, construir una relación de otro tipo. Pero anoche, cuando supe que te habías muerto, sentí una pérdida que no tiene nada que ver con la ausencia política. He sentido dolor por la ausencia de la mujer, de la compañera. Y e he dado cuenta que las batallas que hemos librado juntas por los valores, por la vida, por la libertad de todos, me unieron a ti mucho más personalmente de lo que nunca pude pensar.
Lo he comprendido hablando el miércoles por la noche con un amigo. Me preguntó si te conocía mucho. Dije, sí, bueno, mucho no... Fuimos candidatas en el 99, encabezamos las listas del PP y PSOE, debatimos un par de veces en las teles, nos vimos luego en Bruselas y en Estrasburgo... Pero según iba contestando a su pregunta me di cuenta que todo eso sólo reflejaba parte de la verdad, el envoltorio. Que nuestra complicidad como seres humanos tiene poco o nada que ver con esa coyuntura que hizo que nos encontráramos en Bruselas. Por eso he querido escribirte esta carta. Porque, como te he dicho antes, he comprendido que te encontré en un lugar, en un espacio político, determinado por la confrontación electoral. Pero que esa es la parte menos importante de lo que hemos vivido. Que mi respeto por ti está basado en los que hemos tratado de construir juntas en otro espacio, en aquel en que nos encontramos defendiendo nuestro compromiso con los valores democráticos. Me he dado cuenta, al saber que ya no estás, que donde te conocí, te respeté, te valoré, te sentí cómplice y compañera, fue luchando por la libertad de todos nuestros conciudadanos. Y que eso une a las personas mucho más que la ideología, que la procedencia social o que la historia personal.
Por eso con la noticia de tu muerte sentí la ausencia del gran ser humano que eras, Loyola. Porque tengo la certeza de que hemos perdido una gran combatiente. Porque sé que te echaremos en falta en las batallas que todavía tenemos que librar. Porque tú eras incansable, tenías convicciones firmes, tenías constancia, tenías paciencia. Te echaremos en falta por todo lo que eras; pero también porque vivimos tiempos difíciles, tiempos en los que hacen faltas personas como tú, decididas a propiciar el reencuentro, a darse la mano por encima de barreras ideológicas para combatir al único enemigo de la democracia que es ETA.
Loyola, has de saber que tu familia y tus amigos íntimos han de estar muy orgullosos de haber podido compartir contigo su vida. Yo sólo puedo decir, sencillamente, que me alegro de haberte conocido. Que admiro tu pasión, la firmeza de tus convicciones y el corazón que siempre pusiste en su defensa. Que considero que has sido un ser humano extraordinario, una gran mujer.
Loyola, allá donde quiera que estés, descansa en paz.
Rosa Díez