El segundo vendaval -el primero se llama especulación- provocado por la crisis permanente en la que nos movemos es el apalancamiento.

Todo el mundo le debe algo a alguien, generalmente a los mercados financieros. Todo el mundo funciona con deuda y casi se nos ha olvidado en qué consiste pagar con nuestro propio dinero.

Esto es especialmente cierto en la actividad productiva, en las grandes empresas. Todas las inversiones se financian con deuda, sea bancaria o de emisiones. Sólo cuando falta crédito se tiene, se presta más atención a lo lógico, a lo que debería ser normal, a reinvertir el beneficio obtenido, pero lo habitual es que, simplemente, se reduzcan las inversiones.

Es curioso que sentimos aversión a todo tipo de riesgo excepto al riesgo de endeudarnos.

Los que se encuentran en posición de liquidez no piensan en invertirlo, sino en depositarlo con mucho mimo en instituciones de inversiones colectiva -dilución de riesgo-, para que realicen en nuestro nombre una inversión lo más diversificada posible.

En la Genial Uno, dos, tres James Cagney aseguraba: Este es el éxito de nuestro sistema: todo el mundo le debe dinero a alguien. Así es, sólo que no es ningún éxito, como bien lo estamos sufriendo en la actualidad.

El que tiene liquidez corre a ponerlo en manos de los intermediarios financieros no es un éxito del sistema capitalista sino su tragedia, de la misma forma que la tragedia del modelo socialista consiste en apresurarse a situar la liquidez en manos de otro intermediario financiero llamado Estado. En el primer caso, es el inversor financiero quien decide dónde se invierte el dinero de los demás y generosamente lo otorga a quien no lo necesita o así mismo, haciendo girar la burbuja bursátil hasta su estallido. En el caso socialista, es el Estado, es decir, el Gobierno, quien reparte el dinero ajeno según simpatías políticas o intereses personales, y siempre con el objetivo último de permanecer en el poder el mayor tiempo posible. En cualquier caso, el problema de ambos sistemas es que en ambos se funciona con el dinero de los demás.

Capitalismo y socialismo se oponen a algo tan simple como la propiedad privada. Aquella propiedad privada no hipotecada y sí disfrutada. El problema estriba en que, en el modelo socialista o socialdemócrata todos los ciudadanos están endeudados con el Estado y no mandan un pimiento mientras que en el modelo capitalista todos están endeudados con los mercados financieros y tampoco mandan un pimiento.

Lo mismo, es decir, nada, manda un contribuyente al que el Estado machaca a impuestos que el accionista del Santander, al que el beneficio de su propiedad se lo marca el presidente Botín.

Pero volvamos al apalancamiento. No puede hacerlo una empresa que trabaja para el prestamista. Con la pavorosa crisis que sufrimos se nos habla de la necesidad de abrir el crédito como única forma de crear empleo pero lo cierto es que una empresa que necesita acudir al banco para pagar su nómina es una empresa sin futuro.

Lo mismo ocurre con la familia. Unos padres sensatos se lo piensan tras veces antes de acudir al anticipo o de pedir un crédito al banco. Se pueden privar de cualquier cosa, reducir gatos, antes que endeudarse. Ya saben, la magistral lección económica de Charles Dickens: La felicidad consiste en ganar 20 chelines y gastar 19, en contra, los problemas llegan cuando ganas 20 chelines y gastas 21.

Además, para qué sirven los bancos. Los bancos, al igual que las bolsas, nacieron para prestar dinero al hombre que quería comprar su casa o al emprendedor que quería comenzara su negocio. No se trataba de hipotecar una casa ya adquirida o de alimentar constantemente el circulante.

En cualquier caso, para salir de la crisis, familias, empresas y Estados, sobre todo estos últimos, deben reducir su endeudamiento, independientemente del precio del dinero. Me asombra que la tónica general de los gestores hoy en día sea presumir de lo mucho que deben dado el bajo precio del dinero. Independientemente del precio del dinero, funcionar a crédito es labrarse la propia ruina. Antes o después.

Otra lección de la crisis que nos cuesta mucho asimilar.

Feo vicio el del apalancamiento.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com