Una serie llena de violencia, sexo explícito, corrupción, narcotraficantes, lenguaje vulgar y soez y una frase lapidaria "todo acaba en agua salada; en lágrimas o en fondo del mar".
El Príncipe es la puerta europea del hachís marroquí. Se trata de la barriada más peligrosa de Ceuta. Francisco Marcos lidera la comisaría por la que pasan los jefes de la Península, sin llegar a quedarse. Javier Morey ha sido el último en aparecer, además de ser el nuevo jefe de la comisaría, trabaja como agente infiltrado del CNI para desarticular una banda de reclutamiento de terroristas y limpiar el cuerpo de policías de miembros corruptos.
Lo que empieza como un choque de fuerzas entre Morey y Fran acabará siendo algo más que una pura relación laboral, ya que los dos policías tendrán que pelear contra un mismo rival: Faruq Ben Barek.
Faruq dirige uno de los canales de narcotráfico más importantes de la zona. Respetado por unos y temido por otros, este musulmán se opondrá a la historia de amor entre su hermana Fátima y el nuevo comisario Morey.
El Príncipe lleva poca andadura y ya se verá cómo evoluciona. Pero se prevé que no alcanzará el nivel de audiencia de la ideológica El tiempo entre costuras.
En la serie El Príncipe las cosas pasan deprisa, para que el espectador no se aburra. Pero esas prisas matan la historia.
Lo mismo ocurre con el amor prohibido, trufado de escenas y primeros planos bochornosos. El flechazo entre Morey (Álex González) y Fátima (Hiba Abouk) resulta inverosímil y desprende más carga sexual que sentimental.
Los actores no convencen. El Príncipe, en su faceta artística, parece un desfile de modelos venidos a menos, con actores de segunda fila, que se contentan con lucir sus ojos verdes y un buen físico. Un bluf.
Clemente Ferrerclementeferrer3@gmail.com