La hipocresía de la sociedad progre en la que desarrollamos nuestras alegres existencias aporta uno de los escenarios más regocijantes con el que entretener nuestros ocios. He dicho. Por ejemplo, los periódicos españoles otorgan en su edición del jueves una gran relevancia a una encuesta en la que más de 1 millón de mujeres españolas dice haber sido acosadas sexualmente.

No conozco una sola mujer que en su ámbito laboral haya sido acosada por un varón si viste decentemente (acabo de pronunciar una de las palabras malditas de la sociedad progre) y si se comporta como una mujer y no como una buscona en el peor de los casos- o una coqueta, en el mejor. Las habrá, desde luego, pero me niego a acepar que sea 1 millón, un 15% del sexo femenino. Así me lo confiesan mis amigas y conocidas. Y si se ha dado el caso, sin dar pie alguno, el primer corte ha servido para pararle los pies a cualquiera. Si es compañero, para siempre jamás; si es jefe puede haber riesgo, pero me sé de muchos ejecutivos que se han jugado su espléndida carrera profesional por sobrepasarse. Se la han jugado y la han perdido. En estos casos, desde luego, bien perdida estaría, pero se trata de una cuestión cuantitativa.

La encuesta no habla de varones acosados sexualmente por mujeres. En primer lugar porque no se les pregunta, en segundo lugar, porque el acoso femenino se guía por otras reglas. Si las miradas libidinosas son consideradas por los encuestadores como acoso, entonces está claro que los varones deberíamos considera acoso un tanto por ciento elevadísimo, por ejemplo más del 15%, de la vestimenta y actitud de las mujeres, especialmente en la temporada primavera-verano. Ese es el típico párrafo que puede provocar las iras de las feministas, pero no provocará las del resto de las mujeres, es decir, las inteligentes. Toda mujer sabe, perfectamente, el efecto que provoca y el efecto que pretende provocar. En este sentido, una fémina puede engañar al varón, pero jamás engañará a otra mujer. Por eso, a la hora de juzgar acosos y actitudes provocativas, las mujeres son mucho más duras con sus compañeras de trabajo que los hombres. Una cosa es engañar, y otra creerse las propias mentiras.

Por las mismas, y siguiendo con la cultura de la queja, los encuestadores nos informan de que, según las encuestadas, los jefes suelen dar la razón al acosador. ¿Y las jefas? Conozco muchas directivas, y mucho me temo que también son más duras que los jefes varones: ellas no tienen duda del efecto que quería provocar la presunta acosada.

Personalmente, hace mucho tiempo que he llegado a la conclusión de que lo que ocurre hoy, en materia de acoso sexual, es que el acosado es el varón. Logro que se añade a otra estadística, que se ha hecho pública el miércoles, según la cual es ahora la mujer la que rompe los matrimonios y las familias en mayor proporción que el hombre. No aumentan ni los acosadores ni los machistas (aunque no deja de crecer el número de acosadoras y de feministas), lo que está aumentado es el número de misóginos.

Y es que al final, los logros del feminismo son inconmensurables. Así, el virus feminista está consiguiendo acentuar el mayor defecto de la mujer, el egoísmo, y reducir su gran virtud, la humildad y la voluntad de servicio, que es creatividad en estado puro. Así, hemos conseguido una mujer mucho más soberbia, pero eso sí, igualmente egoísta.

En contraprestación el varón se vuelve cada vez más frío, por temor a las feroces consecuencias de lo políticamente correcto, y así, mientras mantiene su ancestral soberbia, está creciendo muchos enteros en materia de egoísmo.

Esto marcha.

Eulogio López