Pues no, no me gusta la nueva normativa que el conservador Nicolás sarkozy pretende implantar en Francia. No porque prevea la expulsión de 25.000 ilegales –él sabrá por qué- sino por la oposición al reagrupamiento familiar, la clave de todo el drama migratorio.

Lo más doloroso para quien se encuentra desplazado es la ausencia de sus seres queridos. Precisamente porque no podía alimentarlos se ha instalado en tierra extraña. ¿No es lógico que una vez cuente con los medios de subsistencia que no tenía en su país se traiga a los suyos, mujer o esposo, e hijos? No se preocupe don Nicolás, que las madres y los niños no suelen provocar problemas de orden público. Lo de Sarkozy tiene tintes racistas.

En lo demás no entro. Exigir que los inmigrantes conozcan el idioma del país que les acoge, su historia, y sus costumbres me parece excelente. Y no pasa nada por condicionar la residencia a una serie de mínimos conocimientos del país de acogida, conocimientos que redundarán en un mayor respeto por sus gentes. Es más, lo que se está dando en España, especialmente con la inmigración musulmana, es la creación de guetos… ¡donde se odia a España, a lo español y a los españoles!

Y también es muy loable la vigilancia policial para evitar la entrada de mafias y delincuentes. Y, también, la expulsión inmediata del inmigrante que viole la ley. Pero es todo eso no tiene nada que ver con el reagrupamiento familiar.

Entre otras cosas porque, lo mismo que a los narcotraficantes no se les suele detener en misa, los asesinos no acostumbran a ejercer de esposos y padres solícitos. Es lo que ocurre con el amor, y con su consiguiente, la libertad: empiezas a practicarlo en familia y un buen día descubres que se te han quitado las ganas de degollar al vecino.

El problema es que a Sarkozy no le gusta la gente, un problema grave del que hablaremos con calma en otra ocasión.

Eulogio López