Estaba reviendo la película Indiana Jones y el Templo Maldito. Recuerden: nuestro aventurero arqueólogo entra en la guarida de una secta hindú que realiza sacrificios humanos, por cierto, peligrosamente parecidos a los mucho más documentados sacrificios aztecas o mayas, unos chavales que se divertían un montón arrancando corazones a prisioneros vivos. Nada de críticas, amigos: cada cual se divierte como puede en el universo de la multiculturalidad.

No les voy a amargar la historia, que es muy divertida. Los sectarios asesinos de la historia se enfrentan al doctor Jones, el bueno, y de paso al Ejército británico, potencia colonizadora sobre la que no mantiene la mejor de las opiniones. Pero eso no importa: miren ustedes: los buenos eran los civilizados ingleses y el civilizado Indiana. Sólo decirles que mi hijo pequeño estaba a mi lado y me proporcionó la idea de este artículo, al comentar:

-Jo, papá, ¿te imaginas si esta película la hubiesen hecho en España?

En efecto, si la película hubiera sido española, la primera diferencia es que el Ministerio de Cultura la habría subvencionado toda entera. Además, los malos serían los pérfidos colonialistas genocidas de indígenas y masacradores de culturas locales, muy avanzadas todas ellas.

Y sí, el comentario me dio que pensar. En efecto, todavía recuerdo cuando fui a ver a un local la película Apocalypto, de Mel Gibson. Lo que más ofendió a una pizpireta intelectual ubicada justo detrás de mí fue la escena final de la película, en la que aparece una barca con unos soldados españoles y un fraile. Gibson narraba -como en su otra genialidad, La Pasión de Cristo- sencillamente lo que ocurrió: un mundo salvaje que fue civilizado y liberado por los colonizadores españoles, especialmente por los misioneros. Peor lo tuvo que contra un australiano afincado en Estados Unidos.

A los ingleses no se les acusa de genocidio porque no dejaron vivo a nadie para acusarles de genocidio, mientras que los españoles se fundieron con el nuevo mundo descubierto, dando lugar a la raza hispana.

Sin embargo, con un sentido común anglosajón, consideran que no era una alianza de civilizaciones sino una civilización mucho más elevada que salvaba a otra dominada de una tiranía abyecta y una desesperanza inmensurable. Y así lo reviven hasta en una cinta de aventuras sin mayor pretensión histórica.

A los españoles no nos falta patriotismo, es que nos sobra masoquismo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com