Cuando comenzó el 15-M, Hispanidad apoyó el movimiento. Se llamaba Democracia Real Ya, pero no era un proyecto político, sino, antes que nada, económico. Habrá que insistir que el primer manifiesto decía cosas tales como "No más rescates".

Rescates financieros, se entiende, el mejor arma de la plutocracia, en concreto de los mercados financieros, para perpetuar el poder de los ricos sobre los pobres y el de la casta política, emisora de deuda, sobre el conjunto de los ciudadanos. 

Pero a los pocos días, el 15-M sufrió un doble secuestro. En primer lugar, por el progresismo, en España representado por el Zapaterismo. El progresismo -"abajo los curas y arriba las faldas"- es anticristiano y capitalista, antinatalista y pacifista, íntimo de la globalización que con tanto ahínco defiende el capitalismo financiero.

El PSOE pensó enseguida en aprovecharse del 15-M como baza electoral y el PP en descalificarlo de entrada. Es decir, los dos pensaron lo mismo por distintas vías: en utilizarlo en su propio beneficio. Ni por un momento pensaron, ni un minuto, ni en sus propuestas ni el detalle de que, en la sociedad de la información, ningún proyecto de cambio social puede realizarse sin contar con la opinión pública. Y si la opinión pública apoyó el 15-M era porque hay mucha gente muy harta de lo que vive, y está harta con mucha razón.

Luego hubo un segundo secuestro, el de la ultraizquierda, que optó por la violencia, los controles a lo marxista de un colectivo presuntamente asambleario. Y donde antifascistas y okupas tomaron el mando. Buscaban un muerto -que es lo que siempre buscan los ultras- que perpetuara el movimiento y como no lo han encontrado, han decidido seguir dando la murga pero sin acampadas, porque vivir de acampada en plena ciudad es muy molesto y el hedor acaba por hacerse insoportable. Y, además, se les ha visto el plumero: han protestado en la toma de posesión de los ayuntamientos del Partido Popular pero no han movido un dedo frente a los proetarras de Bildu.

Eso sí, a mí me parece más preocupante el progresismo instalado que la ultraizquierda callejera. Además, esa opinión pública se cansa enseguida de los rastrosos mientras acepta la política progre de gente instalada, como Leyre Pajín y su proyecto de Ley de Igualdad de Trato -otro atentado máximo contra la libertad y arquetipo del sectarismo- que todos estamos dispuestos a aceptar porque no grita en la calle sino que se impone desde el Boletín Oficial del Estado.

En cualquier caso, mucho me temo que el 15-M no haya servido de nada. La clase política está instalada en un oligopolio, sobre todo PSOE y PP, y no se han dado por enterados. Para lo único que ha servido es para que España sea sinónimo de país de desordenes callejeros y de corrupción. Y como dicen los empresarios, "esto no es bueno para el turismo".

Sí, mejor que termine el asunto. Lo que no va a terminar es el descontento con la clase política.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com