El asunto vuelve a ser el de Felipe González, siendo ya presidente del Gobierno, y Carlos Garaicoechea, "lehendakari" del Gobierno vasco, antes de su ruptura con el PNV y la creación de Eusko Alkartasuna, cuando ambos se entrevistaron en Moncloa. Con aquella facilidad para el tú a tú, González intentaba un acuerdo definitivo con los nacionalistas vascos:
- Carlos, dime, ¿hasta dónde queréis llegar? ¿Cuál es vuestro límite?
Y con el hieratismo que distinguía al navarro-vasco-nacionalista-pacífico-radical, Garaicoechea respondió:
- Señor presidente, esto es un proceso histórico.
Buen final para un mal principio, que diría Pascual Maragall. El vasco no estaba dispuesto a decir cuál era su objetivo final, fuera o no la independencia de Euskadi, y el sevillano tomó buena nota: con estos tíos no hay manera de entenderse, hay que torearlos.
El problema de los nacionalismos es que ni los mismos nacionalistas conocen sus límites. ¿De verdad pretenden los catalanes una Cataluña independiente? ¿De verdad pretenden los vascos un Euskadi independiente? Ni ellos mismo lo saben.
Pero el 14 de marzo hay elecciones generales (y andaluzas, parece un gran error por parte de Manuel Chaves aceptar que los dos comicios se celebren al unísono), y el nacionalismo se convertirá, una vez más, en la estrella de la fiesta. Que la noticia grande en España en el día de ayer jueves en la agenda periodística, con un aluvión de inmigrantes ilegales en Canarias, con la nueva política inmigratoria de Bush y con la batalla económica en Europa por el Plan de Estabilidad, fuera el encuentro entre el presidente del Gobierno y el de la Generalitat catalana, bueno, da que pensar.
Allí se pudo ver el tinglado de la antigua farsa. Maragall repitiendo que se acabó la época de la queja y el agravio y que llega la de las proposiciones (que sabe inaceptables por sus interlocutores); el vicepresidente Javier Arenas españolizando el órgano de Gobierno catalán, 'Generalidad', aunque sólo por fastidiar. Lo de siempre: el circo continúa.
La verdad es que las reclamaciones del tripartito no son radicales. De hecho, resultan perfectamente asumibles según la actual Constitución, vocifere lo que quiera la gente del PP. 17 tribunales supremos sólo provocará más gasto público, eso sí, pero no rompen España. Y tampoco lo rompen 17 agencias tributarias. No, las proposiciones de Cataluña sólo son disparatas y pesadísimas, como siempre. Lo que importa es la pregunta de González: ¿Dónde está el límite? Porque el nacionalismo, vasco o catalán, sencillamente no tiene límite. Si se les concediera la independencia, exigirían que el resto de esa presunta España mutilada les pagara un tributo por, pongamos, agravios históricos.
Las reclamaciones soberanistas no tienen fin, así que hay que ponerles coto en algún sitio. O hay que decirles: de acuerdo, la agencia tributaria es suya... con tal de que prometan que sus reclamaciones se agotan ahí. Pero eso nunca podrá prometerlo ni el vasco Josu Jon Imaz ni el catalán Josep Lluís Carod-Rovira: al día siguiente de aceptar tal cosa, simplemente, perderían todo su apoyo electoral. Su único futuro político radica en la confrontación permanente.
Pero lo políticos, siempre fulleros, 'peperos' y socialistas, nacionalistas y centralistas, están dispuestos a librar la batalla electoral en el campo del nacionalismo, un campo árido e infértil, que sólo sirve para eso, para pelear. Las cuestiones importantes quedarán ocultas.