La coronación de espinas, uno de los misterios dolorosos del Rosario, pasa un tanto inadvertida dentro de las barbaridades del Viernes Santo sufridas por Jesucristo a manos de judíos y romanos. No debería. Al parecer la burla inferida a Cristo se deriva de una antigua costumbre escita, adoptada por los romanos en sus saturnales.

En esencia, la cosa consistía en convertir a un esclavo, un proscrito o al legionario más tonto de la cohorte, en rey por un día… o por unos días. Al comienzo de los festejos se le veneraba como rey e incluso se le permitía acceso a las concubinas regias o a las prostitutas de la legión. Eso sí, las fiestas se consumaban con la flagelación y ejecución del coronado interino.

Cristo también sufrió la burla siniestra que acompañaba a la crucifixión, una especie de feria para curiosos miserables, donde los soldados vigilaban que los presos no escaparan pero no evitaban que el vulgo se burlara de ellos y añadiera el escarnio a la agonía. En cualquier caso, la clemencia romana dejaba mucho que desear en provincias.

La Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo son las dos reliquias menos ‘aprovechadas’ de la Cristiandad. Da igual: no es Dios de muertos, sino de vivos

La cruz que Cristo arrastró hasta el Gólgota podía pesar 30 kilos, si sólo era el palo transversal, y hasta 70, en el caso de cruz completa. En definitiva, Cristo murió extenuado.

Ojo, y murió golpeado por una caterva de miserables, de todo tipo y condición. Porque otra de las lecciones de la Pasión es casi de índole psicológica: responde a la pregunta  "en qué consiste madurar". Y la respuesta, que buena falta nos hace en una sociedad de inmaduros, es muy sencilla: madurar consiste en adquirir la mansedumrbe total, renunciar a toda violencia física. Como Cristo ante sus maltratadores. 

Cristo sufrió la pasión con mansedumbre total, renunciando a todo tipo de violencia. Eso es madurar. La mansedumbte total sólo es apta para héroes.

Ahora bien, se puede renunciar a la violencia por dos razones: porque la edad va mermando tus fuerzas y sabes que nunca podrán imponerte con la violencia física o bien se puede renunciar a la violencia por caridaid, es decir, por amor a Dios y a los hermanos, es decir, objetivo mansedumbre total. Lo primero es sólo picardía, para lo segundo se precisa mucho valor. La mansedumbte total sólo es apta para héroes.

La Pasión de Cristo se resume, según Fray Luis de Granada, en cuatro palabras: humildad, obediencia, mansedumbre y silencio. Insisto, en contra de la primera conclusión -siempre falsa- estas son las cuatro palabras que resumen la virtud de la valentía. Para responder a la bofetada sólo se necesita instinto; para no responder, se necesitan toneladas de coraje.

Jesús en su Pasión: humildad, obediencia, mansedumbre y silencio. Son las cuatro palabras que resumen la virtud de la valentía

No se trata de no defenderse, porque eso supondría dar pábulo a la injusticia, sino de utilizar la palabra -no las manos- para sostener la legitimidad de la propia conducta y, a partir de ahí, la mansedumbre exige aún más valor para la siguiente prueba: evitar el resentimieto ante la injuria sufrida. Esto es, no caer en el retorcido dicho popular: el único remedio contra el rencor es la amnesia. 

El entierro, gracias a José de Arimatea y Nicodemo fue digno, de sudario y mortaja. La mortaja está en Turín -pocas dudas hay sobre ello- y el sudario, coincidente con la Sindone -el usuario era el mismo-, en la Catedral de Oviedo. Ambas piezas perfectamente documentadas. Sin embargo, les hacemos poco caso por vagancia y porque la calumnia del Carbono 14 sobre el lienzo de Turín y el empeño de mis paisanos asturianos en silenciar la maravilla que tienen oculta en la Plaza de Alfonso II el Casto, no ha dado a estas dos reliquias ‘científicas’ el realce debido. Es igual, no es Dios de muertos sino de vivos.

Y así llegó el sábado, el día del silencio de Dios. El más impresionante de toda la Semana Santa para quien sabe mirar.

No deberíamos reírnos de profetas y videntes. Entre ellos está lo peor pero también lo mejor

Dios calla en Sábado Santo. Y además, aparece vencido, derrotado y humillado. El Sábado Santo constituye la imagen misma de nuestro tiempo: Dios calla y además, parece vencido. Pero es la víspera de su victoria definitiva, la Resurrección. Exactamente igual que en nuestra época.

Y un detalle: el Evangelio también se anunció a los muertos. Recuerden el Credo: descendió a los infiernos. No al infierno de los condenados sino a los infiernos de la sala de espera, de los antiguos que tenían cerradas las puertas del paraíso y esperaban. El descenso a los infiernos constituye una de las imágenes más bellas de la literatura cristiana y de la historia del mundo.

La pasión fue dolor físico -Cristo murió extenuado-, pero aún más terrible fue la humillación, consentida, de Dios… por amor. La Cruz es la humillación del Todopoderoso

En cualquier caso, el mensaje del Sábado Santo es que el cristiano, no Dios, necesita de la oración. Bien entendido que la oración, que es hablar con Dios, supone que el hombre le habla a Dios… y Dios le contesta. Y lo hace alto y claro. No deberíamos reírnos de quien dice que oye voces, no debemos burlarnos ni de videntes ni de profetas. Es cierto que en ese gremio abundan los iluminados pero eso es lógico: la corrupción de lo mejor es lo peor. Ahora bien, si alguno dice que oye voces a lo mejor es porque realmente las escucha.

En cualquier caso, orar es hablar con Dios… y Dios contesta... y lo hace en nuestro propio idioma.