El Miércoles Santo tiene un protagonista: un tal Judas Iscariote. Se supone que fue el día en que vendió a su Maestro a los sumos sacerdotes por 30 siclos de plata, la moneda del templo.

Oiga, que no es mucho. Tan sólo lo que cuesta un traje. Seguramente Judas, como reconoce San Juan, hubiera robado mucho más de la bolsa común del colectivo de los apóstoles a lo largo de tres años de vida en común.

Además, tras contemplar lo que había hecho, el Iscariote arroja los 30 moneda a los pies del sacerdote y “fue y se ahorcó”. Entonces, ¿por qué llegó Judas a la desesperación y al suicidio? Traicionó al Maestro, de acuerdo, pero también lo hizo Pedro y fue ascendido a cabeza del Cuerpo Místico.

Pues porque, aunque la escritura tuviera que cumplirse, también a Judas le afecta el principio de la libertad inalienable del ser humano, el Creador crea libre a la criatura, probablemente la cuestión más peliaguda de entender.

En demasiadas ocasiones, lo que llamamos liderazgo no es otra cosa que idolatría. Y de la adoración al odio sólo hay un paso

En cualquier caso, insensato como es uno, me atrevo a lanzar un cuarto a espadas, para explicar la traición de Judas: el resentimiento del seguidor hacia su líder. Judas soñaba con un Mesías que mostraría todo su poder pero tres años de seguimiento a Cristo le habían mostrado que el Reino del Maestro no era de este mundo. Un poder omnímodo como el suyo estaba siendo infrautilizado. Escasamente estimulante para una hombre vibrante, ambicioso. Y, sobre todo, orgulloso.

Uno diría que “el hijo de la perdición” obtuvo el título por resentimiento. Es el insuperable rencor, que supone en los segundos la decepción con su líder. Lo contemplamos hoy en el campo político, en el empresarial, en la cultura, en el periodístico: he empleado mi vida en secundar a este hombre y resulta que he adorado a un bluf. En demasiadas ocasiones, lo que llamamos liderazgo no es otra cosa que idolatría. Y de la adoración al odio sólo hay un paso.

Sí, quiero decir, y tan sólo se trata de un apunte personalísimo -no me acompaña ningún teólogo, pueden creerlo- que Judas traicionó a Cristo por rencor, fruto de la decepción. El resentimiento es la pasión más venenosa y duradera de cuantas asolan al hombre. Como dijo el castizo: el único remedio contra el rencor es la amnesia.

Pero, antes que nada, Judas, tras su traición, se desesperó y ahorcó por falta de confianza en Cristo. Si algo molesta a Dios es nuestra falta de confianza en su Misericordia. La misericordia constituye la naturaleza misma de un Dios que es amor.

Sin embargo, Pedro el traidor cobardica, que se arrugó ante las criadas, confió en la piedad de Jesús y fue perdonado y elevado.