Es la tesis de Carlos de la Torre (Kentucky University) quien acaba de publicar la obra  'Populismos. Una inmersión rápida'. El populismo necesita una dosis de pasión y como tal atrae a sectores de la sociedad excluidos y a ciudadanos apáticos que se politizan porque ven en el líder a la figura capaz de enfrentarse a las élites, la oligarquía y las castas. El profesor Carlos de la Torre, que imparte Sociología en la Universidad norteamericana de Kentucky, defiende esta teoría en su libro Populismos. Una inmersión rápida, publicado en la colección "Una inmersión rápida" de Tibidabo Ediciones. Dejando aparte el peronismo con tintes similares al fascismo, el libro define los populismos como una moda exclusiva del siglo XXI, centrada básicamente en Hispanoamérica con líderes populistas como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, que protagonizan una ruptura del orden establecido, o Néstor Kirchner, que rompe la institucionalidad para crear una nueva, fenómeno que también se da en Europa con la Syriza griega. En Estados Unidos, en el siglo XX emergieron personajes populistas como los candidatos presidenciales George Wallace y Ross Perot y ya en tiempos recientes el Tea Party. La culminación del proceso llega con Donald Trump, que imprime un carácter propio a su carrera hacia la presidencia de los Estados Unidos al presentarse como el antídoto frente al establishment. El autor advierte que el término populismo es utilizado a menudo para descalificar a partidos y líderes como radicales, irracionales y peligrosos, aunque esos mismos dirigentes o formaciones no se autodefinan como tales. De hecho, el adjetivo "populista" no suele ser utilizado en la denominación de los partidos, con excepción del People's Party creado en 1891 por granjeros y obreros en Estados Unidos. Según de la Torre "no responden a un modelo económico ni representan a una clase social, se caracterizan por formar identidades populares". A lo largo del texto se argumenta que hay que tomar en serio las críticas populistas a las democracias excluyentes y que el populismo no es ajeno a la democracia, sino que es parte constitutiva de ésta. También se ilustra con ejemplos históricos que las soluciones que proponen los populistas reducen la complejidad de la política a la lucha entre dos campos antagónicos: el pueblo y los enemigos del pueblo. Desde esta visión, el líder representa supuestamente la voluntad del pueblo y obliga a sus seguidores a tomar partido entre una opción vista como la encarnación de los verdaderos intereses populares y la otra como la que representa los intereses de la oligarquía y de las castas. El populismo adquiere toda su fuerza una vez llega al poder y se convierte en una estrategia de gobierno que busca transformar a una población en la imagen que el líder tiene de "su" pueblo. Lo cierto es que pese a sus críticas válidas a las exclusiones de la democracia elitista y de sus promesas de devolver el poder al pueblo, una vez que los populistas llegan al poder deforman la democracia transformando las elecciones en la aclamación plebiscitaria del líder, atacando a los medios críticos que garantizan el pluralismo de opiniones y restringiendo las actividades de las organizaciones críticas de la sociedad civil como las ONGs y los movimientos sociales. El resultado final es que la supuesta democracia que pretendía representar a las bases populares frente a las élites deviene en autocracia. El profesor Carlos de la Torre define el papel determinante de las emociones, las pasiones y la sinrazón a la hora de forjar y consolidar un líder populista porque "sin líderes, los populismos no son efectivos". En este sentido, advierte que "condenar el populismo como una respuesta irracional de los más pobres, menos informados y más incultos no ayuda a comprenderlo". El autor reconoce que en los actuales momentos la globalización es un caldo de cultivo para la emergencia de los movimientos populistas por el miedo de la ciudadanía a los cambios estructurales que ponen en peligro su bienestar y su seguridad. Andrés Velázquez andres@hispanidad.com