Esta semana hemos sufrido en España, especialmente en nuestras dos grandes ciudades: Madrid y Barcelona, la huelga de taxistas por el denominado conflicto de las licencias. En esta sección nos gustan los taxistas porque nos gustan los trabajadores autónomos: ese pequeño empresario que invierte su capital y su tiempo en sacar adelante a su familia. Pero esta simpatía a priori no nos hace perder la perspectiva del problema y los taxistas no llevan tanta razón como piensan y la prueba es la fuerza que han tenido que utilizar para sostener sus posturas.

El conflicto, de momento, lo plantean contra los propietarios de licencias VTC (Vehículos de Turismo con Conductor) y las plataformas digitales que permiten la gestión logística de los vehículos. Sin embargo, ha pasado desapercibida la competencia que les hace el alquiler de vehículos sin conductor, gestionados igualmente por plataformas digitales. No sabemos a qué plazo, pero los que hemos visto desaparecer el vídeo y el fax, sospechamos que a corto, todo será alquiler de vehículos sin conductor gestionados por una plataforma. Y todo será así porque la única incomodidad que tiene el vehículo sin conductor es que hay que ir a recogerlo, aunque sea muy cerca, como ocurre en las áreas centrales de las grandes ciudades, desaparecerá. Desaparecerá porque el vehículo sin conductor vendrá a recogernos a casa, porque se autoguiará, y eso es imbatible.

El problema es la amortización del precio de la licencia que se traduce en un salario exiguo

Los taxistas se quejan de la competencia de los VTC sobre la base, no dudamos de sus palabras, de las mayores exigencias que se les exigen respecto de las que se exigen a los segundos. Sin embargo, no piden que se las reduzcan a ellos, sino que se les aumenten a sus competidores. En principio, si el problema fueran las mayores exigencias que soportan, debería bastarles.

No les basta porque el problema del taxi como empresa no son los ingresos, ni los gastos variables, ni siquiera los gastos fijos periódicos como el mantenimiento del vehículo o el seguro. El problema es la amortización del precio de la licencia que reduce el margen anterior a un salario exiguo cuando la misma se ha financiado con un préstamo, como es lo habitual. El precio de la licencia no lo fijaron los VTC y ni siquiera los ayuntamientos que las concedieron. Sin embargo, estos últimos fueron los causantes de su desgracia cuando limitaron las mismas, primero, y no exigieron la reversión de las mismas cuando el titular cesó en la actividad.

Dos malas políticas: la concesión limitada de licencias no reversibles y la política monetaria del BCE

Ahora llega una generación que, gracias a que la financiación era abundante, ha pagado precios de locura, porque al final, si quedaba un sueldo medio tras pagar el recibo del préstamo, les merecía la pena. Generación a la que las plataformas, con conductor o sin él, les reducen los ingresos, pero que, en breve, se los arrebatarán todos. Y a lo mejor no han terminado de pagar el préstamo y la licencia, con esta perspectiva, no se puede vender ahora a buen precio para liquidar la financiación y salirse del negocio.

Las malas políticas, las políticas equivocadas, terminan, como errores científicos que son, generando problemas. Es verdad que a tan largo plazo que el político que yerra no las sufre, pero disfruta de la popularidad. Aquí ha habido dos malas políticas: la concesión limitada de licencias no reversibles y la política monetaria del BCE. Los malos efectos de la primera se han notado a muy largo plazo, los malos efectos de la segunda, que han acortado los tiempos de aquella, en mucho menos tiempo porque un banco central es más peligroso que un ayuntamiento. Pero en ambos casos, todo era muy previsible. Aunque no cuándo ni con qué intensidad.