En una jornada en el IBEX 35 tan plana como la del viernes 21 (en el momento de escribir este artículo +0,05%), Repsol y Caixabank han caído con cierta fuerza: 2,1% y 3,5%, respectivamente; tras anunciar la segunda, en la tarde del 20, que quiere deshacerse de la participación del 9,36% del capital que mantiene en la primera. En concreto, ya tiene comprador de un 4,61% y espera vender el 4,75% restante antes del cierre del primer trimestre de 2019. Recordemos que venimos de participaciones cercanas al 15% y que hace solo dieciocho meses era del 12,97%, momento en el que se decidió a rebajarla por debajo del 10%.

El hecho de la venta de una parte y del anuncio de la venta de la otra, afectará a los resultados que Caixabank presente a finales de este año. Será así tanto si para entonces continúa en su balance la participación en Repsol, puesto que en tal caso aparecerá como activos no corrientes disponibles para la venta la parte no vendida, situación contable que obligará a la entidad financiera a ir recogiendo el valor de mercado de la participación, como si no continúa porque el proceso desinversor ha concluido antes.

En cualquier caso, entre las cifras que da la entidad y lo que se puede colegir de sus últimos estados financieros, la entidad va a perder 450 millones de euros que no impactarán en su cuenta de pérdidas y ganancias ahora que nos hemos inventado lo del otro resultado global, que es como decir ‘contra reservas’, en términos clásicos.

La entidad catalana es la primera que se atreve a afrontar una necesidad de desinversión para mejorar su solvencia

Con independencia de otros temas de la estrategia de negocio, lo que es cierto es que Caixabank está intentando mejorar sus ratios de solvencia, porque estas grandes participaciones consumen muchos recursos propios y no está la cosa, incluso en entidades que van bien, para ir desperdiciando los mismos. Probablemente era, además, un quebradero en las relaciones con el supervisor bancario, puesto que al ser la participación inferior al 10% la entidad aspiraría a que no dedujera, mientras que aquél consideraba que debía deducir porque se ejercía una influencia notable (y vaya si lo era) en la participada, aunque no se alcanzara el 10%.

Tal vez sea esto lo que ha visto el mercado cuando está castigando tanto a la entidad financiera: Caixabank necesita capital. Y todo ello, renunciando a unos dividendos que en 2017 alcanzaron la cifra de 120 millones de euros, lo que no era una mala rentabilidad por dividendo pues estaba cercana al 4,5%.

Algunos habrán pensado que Repsol se ha quitado un accionista muy exigente que había forzado un crecimiento del reparto de dividendos muy fuerte. Así, en 2016 Caixabank había recibido un 25% menos que en 2017, es decir: 90 millones de euros. Vamos, que parece que la entidad de crédito tenía necesidad de compensar con los dividendos el fuerte consumo de recursos propios que le estaba suponiendo la participación.

Pero claro, una rebaja de dividendos no gusta nunca a los accionistas y a lo mejor es lo que se huelen algunos: la desaparición de Caixabank como accionista de referencia de Repsol puede reducir el reparto de beneficios de esta última. Luego están otros acreedores de Repsol que, una vez que la entidad catalana abandone el consejo de administración de la petrolera, probablemente exijan también unos dividendos un poco menos generosos.

Caixabank es la primera entidad que se atreve a afrontar públicamente una necesidad de desinversión para mejorar su solvencia. ¿Veremos más?