Cuenta la historia que Santa Teresa de Jesús, abrumada por el trabajo que le estaba costando la profunda reforma carmelitana y asombrada por todo lo que estaba sufriendo, escribió el poema vivo sin vivir en mi”, que más de quinientos años después seguimos recordando, y haciendo nuestro, con muy diferentes finalidades.

Estos días, los medios de comunicación audiovisuales y escritos, se están recreando, en exceso, en la, para muchos, desacertada Ley de Memoria Histórica y en la no menos desafortunada Comisión de la Verdad. Y cuando se conoce del tema, intento comprender el estado de ánimo en el que se encuentran gran parte de los españoles, desmoralizados, sin vivir en ellos, como Santa Teresa, o, como decimos vulgarmente, sin que les llegue la camisa al cuerpo.

El mundo no se cambia de repente, solo se transforma despacio, y hace falta mucho trabajo para avanzar un poco. Los cambios bruscos, siempre, a lo largo de la historia han provocado revoluciones, muerte, destrucción y dolor. Han impedido, interrumpido, una evolución y progreso naturales de cualquier civilización o sociedad. Han terminado representando traumáticos paréntesis de la historia, dificultado el progreso para terminar llegando a él con sufrimiento innecesario. Los cambios bruscos en cualquier país, tanto si han sido provocados por fanáticos de izquierdas, o visionarios de derechas, pretendiendo “cambiar el mundo”, se han desvanecido con el tiempo.  

Uno de los temas que más me ha inquietado durante estos últimos años ha sido el de la “memoria histórica”. Este año se ha cumplido el octogésimo segundo aniversario de aquel tiempo en el que unos iluminados, de derecha y de izquierda, pretendieron, a la fuerza, cambiar España. Se creyeron responsables de transformarnos en mujeres y hombres nuevos. Moldeados por un pensamiento doctrinario que habría de trasladarnos a un mundo nuevo, a una sociedad distinta. Sin preguntar a nadie. Solo con su mesiánica voluntad de “cambiar el mundo”. El problema fue que ese modelo de “nueva sociedad” era distinto en función de quién fuera “el pensador” de cada momento. Y, debido a ello, la única salida era imponerlo por la fuerza sobre los demás. Pero no fuimos los únicos, ni siquiera los más originales. Quizá, con la diferencia de crueles particularidades, lo que aquí sucedió no fue otra cosa que un seguimiento de la “moda” imperante en la época, y perdón por la frivolidad del término. De los cambios bruscos, de la obsesiva búsqueda de nuevas sociedades, que se estaba produciendo en muchos países europeos. Así, hubo revoluciones, o cambios, o intentos de ello, en Alemania, Italia, Rusia, Bélgica, Hungría, etc., con mayor o menor fortuna. Durante el primer tercio del siglo XX toda Europa estaba en crisis porque, como dijera el líder histórico del comunismo italiano, Antonio Gramsci, lo viejo había muerto y lo nuevo no terminaba de nacer”. Y en lugar de dejar que cada sociedad buscara su salida, en muchos lugares se impuso, a sangre y fuego, una particular versión del “cambio necesario”. Hoy, ocho décadas después, estoy convencido de que todo lo sucedido en Europa, durante aquellos años, no valió la pena. Habríamos llegado al mismo sitio dejando transcurrir en paz el devenir de los acontecimientos. Sin forzar la historia. 

Revanchismo y oportunismo: esto es lo que caracteriza a la mediocre política española de hoy

Sin embargo, no todo el mundo piensa igual y hoy, tanto tiempo de paz después, parece que algunos quieren reescribir la historia, sin haber participado en ella, desde un revisionismo indecente, poco o nada objetivo y con la sola finalidad del revanchismo y el oportunismo electoral. Ninguna norma debe o puede variar los hechos históricos. Y lo quieren hacer a través de la creación de una Comisión de la Verdad que seguirá los pasos de la utilizada ya por la República Bolivariana de Venezuela que creó la Asamblea Nacional Constituyente conformada exclusivamente por chavistas para establecer responsabilidades en los hechos de “violencia política” producidos en Venezuela desde 1999, cuando Hugo Chávez asumió el poder. La ley con la que se puso en marcha la citada Comisión exige a todas las personas e instituciones venezolanas “el deber de colaborar” con este ente y de someterse a sus decisiones; amenazando, para garantizar la independencia y la objetividad, que quién no se pliegue será castigado por las leyes penales. ¿Y cómo llevar a buen puerto tan estrafalaria iniciativa? Muy fácil. Alineando a los chavistas con los medios de comunicación afines, y a juristas e historiadores de la misma tendencia en una Comisión que ha de determinar que todo cuanto ha ocurrido jamás ha sido culpa de unos, sino siempre de los otros. Y todo ello repetirlo y volver a repetirlo hasta la saciedad con el resultado de generar verdades falsas, lo que llaman falsos positivos que hasta ellos se creen. El parlamento venezolano, de mayoría opositora, ha denunciado como un atropello a los derechos humanos la creación de esa Comisión.

Si se creara en nuestro país, ¿contará lo que hizo el PSOE en contra de la II República? ¿hondará en los asesinatos de Paracuellos del Jarama, así como los asesinatos de monjas, curas y frailes? ¿Sería capaz de profundizar en la gestión de las “checas” de Madrid, decenas de ellas gobernadas y administradas por el partido del actual presidente del Gobierno?

En la reciente reaparición, este lunes pasado de Pablo Iglesias en TV5, el líder de Podemos espetó, sin pudor alguno, que Casado y Rivera compiten para ver quien defiende más a Franco. Es pura intención oportunista. Quiere arañar votos por la izquierda al PSOE y debilitar a los partidos de centroderecha. Se repetirá esta mentira tantas veces que al final se convertirá en verdad falsa. Ni uno ni otro defienden a Franco, lo que critica Rivera es la forma jurídica antidemocrática que se está utilizando para sacarlo del Valle de los Caídos. También manifestó que quería ir con sus hijos -de cuya recuperación me alegro y le deseo a esa familia la máxima felicidad- a Cuelgamuros para explicarles que allí hubo un monumento al fascismo. Otra falsa verdad. El que allí esté enterrado Franco no puede extenderse a que la basílica, la cruz y la abadía benedictina representen un monumento fascista, la ignorancia es atrevida. Franco está allí enterrado no por su deseo, sino por decisión de quienes en aquel momento gobernaban España. Ustedes lo que buscan no es sacar a Franco, que también, sino hacer desaparecer la cruz -símbolo del cristianismo-, desacralizar la basílica y echar a los Benedictinos de la abadía; y eso en mi pueblo se llama cristofobia. Como ya dije en otro artículo los franceses conocen su historia y no reniegan de ella. La respetan, aun cuando pueden comprender que no es gloria honrosa todo lo que su pueblo puede contar de su pasado. Recordemos la tumba de Napoleón que para unos fue un militar ejemplar y para otros un dictador militar.

Y falta el espíritu de concordia de la Transición

Y mientras tanto, los verdaderos problemas del país se esconden o no se afrontan. El golpe en Cataluña no solo no se ha quebrado, es que está más vivo y fuerte que doce meses atrás. No hay ápice de democracia alguna. El Sr. Torra se dedica a inaugurar exposiciones por doquier con fotos de “la represión de la policía el día 1 de octubre” (otra falsa verdad). Se quieren subir los impuestos a la clase media y a los autónomos, o sea los paganos de siempre, bajo la excusa de que hay que penalizar a los ricos (otra falsa verdad). La economía se desacelera y no crecemos, y ahora se querrá echar la culpa a los “otros” (otra falsa verdad) en vez de acometer las reformas que el país necesita para evitarlo. No hay ideas claras en la política de inmigración. Se vende que por razones humanitarias se acogen a los 600 inmigrantes del Aquarius (otra falsa verdad) y luego se expulsa al día siguiente a más de 100 subsaharianos que saltaron la valla, y así sucesivamente en otros temas sobre los que necesitaríamos muchas páginas para poder describirlos.

No removamos más. Como bien dicen los profesores Enrique Linde y Felipe Guardiola, “la mayoría de los ciudadanos españoles de la época de la transición comprendimos que tras cuarenta años de dictadura era necesario aceptar los hechos: millones de personas habían apoyado la dictadura hasta el final, otros millones habían manifestado una suerte de aceptación pasiva, y solo una minoría habíamos discrepado abiertamente militando en partidos políticos o sindicatos de trabajadores. La mayoría de los españoles optaron por la reforma, pues no querían la ruptura propugnada por una minoría que, muy probablemente, nos hubiera conducido a otra guerra civil o a considerables turbulencias ciudadanas”. No volvamos a generar tensiones y dividir a los españoles con el anuncio de la creación de una Comisión de la Verdad, ¿de quién y de cuál verdad? Centrémonos en la economía española, que se desacelera y exige medidas estructurales importantes. Abordemos los retos que tiene la misma y que ya fueron puestos de manifiesto por el exministro de industria Miguel Sebastián en su conocido libro “La falsa bonanza”, y que son:

-el desempleo estructural y la dualidad del mercado de trabajo.
-el envejecimiento demográfico
-el excesivo endeudamiento (público y privado)
-las desigualdades sociales
-las desigualdades territoriales
-la pérdida de peso del sector industrial
-el insuficiente capital humano y tecnológico
-un entorno empresarial poco competitivo
-el déficit por cuenta corriente crónico
-una fuerte dependencia energética
-el tamaño empresarial
-la excesiva bancarización
-un exiguo espíritu emprendedor
-la baja calidad institucional
-un sistema fiscal injusto y complejo.

No a las falsas verdades, no a las Comisiones de la Verdad, y no a una República Bolivariana en España. Elecciones ya.